La duda y otras certezas
Actualizado: GuardarEl estado de oscilación que provoca no saber del todo a qué atenerse es muy molesto, pero no impide la alegría. ¿Cómo no ponerse contentos si los asiduos criminales renuncian a aumentar su currículo?, pero ¿cómo no temer que en vez de un cambio de conducta sea una variación de estrategia? Los que somos adictos a la esperanza no podemos olvidar que, aunque sea lo último que se pierde, otros la perdieron antes: los muertos.
Hay días que dan para varias portadas del periódico nuestro de cada día (dánosle hoy). La muerte del penúltimo sátrapa y la prometida retirada de quienes creyeron que para mejorar su patria es necesario eliminar a algunos patriotas que también habían nacido en ella, refuerza el terco convencimiento de que el mundo es mejorable, pero estamos mejor de Esperanza que de Fe. «Señor, creo. Ayuda a mi incredulidad». Son palabras que pueden leerse en el Eclesiastés, a condición de tener algún tiempo libre. Lo malo es que la duda hace que se tambaleen las convicciones de todos incluso las de los que no las tienen. El «cese definitivo» de lo que llaman «actividad armada», que sin duda es una gran noticia, puede ser seguido por otras menos grandes. Cuando la vida depende de un hilo, resulta bastante lógico que nadie se fie un pelo.
Quizá sea pronto para hablar de victorias de la democracia, la ley y la razón. Habrá que esperar para saber si ha sido un adiós a las armas o un hasta luego. Y ya se sabe que quien espera, desespera. Los que no pueden hacerlo son los muertos, que ya no tienen tiempo para nada. Moderar la euforia es muy difícil, después de tantos acontecimientos luctuosos, y hay que saber estar contentos, aunque tengamos cara de funeral. El futuro sigue estando en las rodillas de los dioses, pero a España hay que operarle de los meniscos para que pueda incorporarse.