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Taxonomía

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Recurrir al auxilio de la taxonomía para vender pescado, tantas veces, me ha resultado útil. Sobre todo en aquellos países de acrisolada tradición pesquera y conocimientos culinarios aplicados, ictófagos, en los que la profusión de nombres tradicionales complica los dictámenes cualificativos. Más aún si cabe, cuando las especies pesqueras, se apellidan con adjetivos calificativos que predicen su calidad. Caso ejemplar, gaditanísimo, el de la lisa mojonera, escatológica calificación que la distingue de la lisa de estero, joya gastronómica en desuso. No sé qué hubiera sido de mí en Croacia, en plena guerra, si no hubiera podido explicarle a Tomislav Vodopija, Ministro de Pesca del Gobierno emergente, que su intención de cultivar frente a las Islas Kornati doradas y lubinas, era posible en aquel biotopo, si no hubiéremos convenido que estábamos hablando de la 'Sparus Aurata' o la 'Dicentrarchus Labrax', eludiendo la foresta de denominaciones populares croatas, albanesas, montenegrinas, italianas, griegas o españolas.

Este uso, recurrente en mí por exigencias biográficas, inusual por cierto entre los profesionales de la pesca cuyo portentoso conocimiento se basa en el artesanado calificador, quizás resulte ser útil también para orientar un discurso moral sobre el comportamiento de la especie humana. De entrada, sería bueno convenir que a nuestra especie la catalogan distintas estructuras normativas. La etología general, la etología humana, la zoología, la antropología y la sociología. La gama de denominaciones desde aquella que nos consideran mamíferos bípedos erectos, hasta las que nos denominan contribuyentes, votantes, ciudadanos, paterfamilias, consumidores, o tantas otras, desde las más flexibles licencias científicas, generando un estado de confusión calificativa. Quizás la paleontología nos ayude a centrar el discurso, ya que hablar del 'homo erectus', del 'homo habilis', del 'homo sapiens' o del 'homo antecesor', con permiso de Arsuaga, nos permita adivinarle a nuestra especie ciertos dones.

Atendamos ahora a aquellas interpretaciones que no generen confusiones interpretativas erógenas, o sea, aquellas que evocan a la habilidad o la sapiencia, dando por hecho que todas comportan elocuencia diagnóstica. Si somos, según esto, hombres habilidosos y sapientes, utilizando el vocable hombre como nombre epiceno, eludiendo así las necias insidias de las feminomanías, algo no funciona, pues el comportamiento del ser humano cada día dista más de aquel propio de un mamífero dotado de las habilidades, cognitivas y no cognitivas, propias de la razón en cualquier caso, capaz y capacitado para devenir con desenvoltura por el mundo abstracto de la metafísica, de la ética, de la espiritualidad, de la bondad, de la duda, del concilio y la cordura. Hemos conculcado todas las pautas taxonómicas.