Aquel viejo cuchillo

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Sigue hiriendo y matando, muchos años después de haber cumplido su vocación fratricida. A Miguel Hernández, pastor de cabras y de versos que olían no sólo a pólvora, sino a estiércol quemado sobre los montes y a escolástica y a ruiseñores manchados de naranjas, según su amigo Pablo Neruda, le están negando esa forma de posteridad que consiste en ser recordado durante algún tiempo. La familia del grandioso poeta, que es muy corta y de rebote, ha retirado su legado, muchas cajas y más de 5.000 documentos, porque Elche ha rescindido el convenio para preservarlo. Los ayuntamientos tienen problemas económicos, a diferencia de algunas de las personas que en las épocas buenas han trabajado en los ayuntamientos. No hay dinero para cumplir lo pactado con el consistorio, que es del PP y se las promete, si no más felices, menos angustiadas. Es un problema de 84.000 euros, que no son tantos si se comparan con los que cuesta renovar el despacho de algunos cretinos aposentados.

A Miguel Hernández, lentamente ajusticiado, sólo se le hizo una cabal justicia lírica después de muerto. Algo es algo y siempre hay gente que cree en la inmortalidad, aunque se vuelva un sonido o un rótulo en una calle. Debiera darse en vida, ya que el difunto no puede dar las gracias. Todos los muertos son contemporáneos y los que hicieron algo por los vivos se confunden. Cervantes y Unamuno, que también se llamaba Miguel, protestarán en su alto cielo parnasiano por la retirada del recuerdo. En España siempre se recluta dinero para lo que no hace demasiada falta, pero escasea para mantener la única memoria histórica que de verdad está en el corazón y en los libros.

Dicen que el fondo de la cuestión es político y hay mucho mar de fondo. Han desahuciado, de momento, su legado, pero no sus versos. El viejo cuchillo sigue chorreando sangre.