MÁS ALLÁ DEL PUENTE
Actualizado:Salimos a las ocho de la mañana. La ilusión puesta en un destino. Los nervios a flor de piel como niño con zapatos nuevos, sin preocupación de lo que dejábamos atrás por unos días, con la esperanza de ver la sonrisa de la gaditana exiliada más querida por todas... Y por las cosas de pasar un buen rato, ese camino de siete horas nos pareció corto, porque los buenos momentos y los sentimientos a flor de piel, si son compartidos, doble sabor en nuestras bocas.
Y esa ilusión puesta, luego se derrochó a mansalva, hasta el éxtasis de llegar a un lugar nuevo, que no deja de ser nuevo aunque lo hayas visitado otras veces, pero con distinta compañía se viven situaciones diferentes. Y por el contraste del resto del mundo con nosotras, un grupo de gaditanas más allá de Despeñaperros, pudimos experimentar todos los típicos tópicos que a veces te enorgulleces y otras, sin embargo, te cabreas.
Y es que la impresión de entrar en un lugar desconocido no deja de ser una aventura, y la virtud que podemos tener es que todo lo vemos con los ojos inocentes de un pequeño infante expresándolo, hasta tal punto, que al cabo del rato nos dimos cuenta del numerito montado sin la más mínima intención.
Ésa es la frescura del gaditano, que todo lo vemos como si fuera la primera vez, y aunque algunas veces quede rídiculo a los ojos de la fría y calculadora mente norteña, ante los nuestros lo vemos, no ya con orgullo, sino con ironía ante el qué pensarán, demostrando que con cualquier cosa somos felices.
Muchas veces asocio la ignorancia y la ilusión con la humildad, y aunque gente ratera y mala con mayúsculas haya en «toslaos», la transparencia de nuestros sentimientos es tan grande como la suave piel del recién nacido. Y para darse cuenta de eso, a veces tenemos que ir más allá del puente; manteniendo los pies en la Tacita, ni caes en ello.