Superquijote
JerezActualizado:El Quijote es mi ídolo. Vivió la mayor parte de sus años sumergido en lecturas y los últimos dentro de las historias que había leído. A pesar del final moralizante que de niños nos remachaban, con la victoria amarga de la razón en Alonso Quijano, el que nos parecía admirable, heroico y ejemplar, era el Quijote loco que pretendía amparar a doncellas y huérfanos, el que se desvivía por el amor de Dulcinea, el que perseguía gigantes irreales. Él era el héroe de mi infancia. Por supuesto, el libro no lo había leído, pero la aventura de los molinos, la de la venta y alguna más, estaban extractadas en el manual de lengua, y la figura que hacían el hidalgo y su escudero era una de las ilustraciones a las que volvíamos en el colegio una y otra vez.
Luego llegaron los dibujos animados y conocimos al galgo corredor, a la sobrina, al cura, al barbero, y quiero pensar que muchos (o algunos) niños buscaron aquel volumen doble que habían entrevisto en la biblioteca y lo leyeron. En mis manos cayó una edición con ilustraciones de Gustave Doré que puso el contrapunto romántico y enigmático a los colorines de la serie de animación. Y corroboré, en la lectura selectiva que pude hacer entonces, que el Quijote era un superhéroe. Quizá no a la manera de los de Marvel, ni siquiera a la del valeroso Capitán Trueno, pero sí que lo era. Era el hombre que creía en sus sueños, el que había tenido una idea (por muy descabellada que fuera) y la había seguido hasta el final, el héroe a contracorriente, a contratiempo.
Pasando los años, he leído interpretaciones razonadas de esta obra y de su protagonista, análisis de su carácter paródico, de los posibles motivos didácticos de Cervantes. Ya sé, ya sé… Pero yo me quedo, debilidades mías, con mi Superquijote de la Mancha.