En coche oficial
Descubrieron lo práctico que era mandar a recoger a los niños o enviar al chófer a por tabaco
Actualizado: GuardarEn esta España que casi se nos va por el desagüe, el auténtico oscuro objeto de deseo ha sido durante décadas, en dictadura y en democracia, el coche oficial. Ni sexo ni narices. Un auto negro con los cristales tintados o cortinilla oscura constituía el imán más potente, el que movía las sillas en los partidos y desataba luchas sangrientas en los comités electorales por un puesto en las listas. Así, no es tan peliagudo comprender por qué un recatado profesor de universidad ordenó comprar dos Audi blindados a más de medio millón de euros cada uno cuando llegó a la presidencia de Galicia. O que un sencillo y honrado jardinero catalán nombrado president del Parlament en la etapa del tripartito sufriera un desvarío temporal empeñado en dotar a su coche oficial de escritorio de madera a medida, reposapiés eléctrico y otras carísimas virguerías de alta tecnología. La memoria alcanza hasta aquellos Seat 1400 azul oscuro casi negro, tan altos que se podía viajar con el sombrero puesto. Lo utilizaban los prebostes del régimen en la capital y en las provincias. Era el símbolo del poder en movimiento. Algunos se montaron en aquellos vehículos de fabricación nacional y no se bajaron ni durante la Transición. Cuando se quisieron dar cuenta ya viajaban en un Citröen sedán -gama alta- parando por los pueblos para dar el mitin de la democracia. Otros que venían de la izquierda radical descubrieron lo práctico que era para mandar a recoger a los niños del colegio, a la esposa de la peluquería, enviar al chófer a por tabaco, leer los periódicos antes de llegar a la consejería o al ministerio y, sobre todo, estar al abrigo de los inconvenientes de la calle. Presidentes, vicepresidentes, 'consellers', secretarios autonómicos, subsecretarios y directores generales han venido disfrutando durante décadas del derecho a coche oficial y chófer. Eso sí, previa encomienda 'a los ciudadanos' de los beneficios de utilizar el transporte público.
Los vientos de la crisis están levantando las alfombras mullidas y equívocas sobre las que se deslizaba el coche oficial y a cuyo resguardo viajaban otras bicocas: dietas por un momento en la caja municipal, regalitos, entradas para el fútbol, combustible gratis; el dulce sabor de los favores y el coche propio acumulando polvo en el garaje. El huracán de los recortes y el contagio de la indignación popular frente a los signos externos de poder e influencia empieza a barrer privilegios y gabelas. Se acabó aquel rumboso: «¡Tranquilo, que te mando el coche!». Empieza el declive. Es el signo de los tiempos que bastante estamos tardando en sacudirnos a tanto zángano en coche oficial a cargo del presupuesto.
Un poco tarde pero la mayoría empieza a darse cuenta de que el dinero público sí es de alguien.