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El presidente del Gobierno, José Luis Rodríguez Zapatero, escucha a Rubalcaba, en primer plano, ayer. :: SUSANA VERA / REUTERS
ESPAÑA

RUBALCABA, SOLO ANTE EL PELIGRO DEL 20-N

El exvicepresidente del Gobierno busca con denuedo un espacio propio y reivindica su derecho a corregir los errores de la legislaturaEl candidato del PSOE pide a su partido que le ayude a tirar del carro para acortar distancias con el PP sin distraerse en cuitas internas

PAULA DE LAS HERAS
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Lo principal es activar la confianza de los ciudadanos con principios y compromisos, no os preocupéis de otra cosa». Apenas quedan dos semanas y media para que arranque la campaña electoral y Alfredo Pérez Rubalcaba aún tiene que combatir en un doble frente, el del desánimo interno y el de la apatía externa. El candidato del PSOE a la presidencia del Gobierno realizó ayer un nuevo llamamiento desesperado a sus filas para que se olviden de sus cuitas personales y centren sus esfuerzos en convencerse y convencer al electorado de que es posible hacer frente a la crisis con sus recetas. «Esa es nuestra responsabilidad; es lo que os debe preocupar en las próximas semanas», insistió.

El mensaje llega solo unos días después de que un dirigente socialista se atreviera a poner por primera vez voz a lo que otros muchos piensan pero callan: que lo que se dirime el 20 de noviembre no es quién gobernará España en la próxima legislatura, sino si su partido es condenado a una nueva y agónica travesía del desierto, similar a la del año 2000, o si se limita a perder con dignidad.

El expresidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, recibió ya un pescozón de Rubalcaba durante un desayuno con coloquio celebrado en un hotel madrileño el pasado martes, pero su indiscreción no fue más que una muestra del magma que bulle bajo los intentos ímprobos del 'aparato' de Ferraz de construir un relato capaz de reenganchar al electorado con el candidato como único anzuelo.

La dirección del partido llegó hace tiempo a la conclusión de que José Luis Rodríguez Zapatero estaba tan 'quemado' que había conseguido arrastrar en su caída a la marca PSOE en su conjunto. Dicho de otro modo, que su mejor o incluso su única alternativa era fiarlo todo a la confrontación entre Rubalcaba y Mariano Rajoy, peor considerado por los ciudadanos en el plano personal, según las encuestas.

El paso de los días, y sobre todo las encuestas, han demostrado que el carisma del exvicepresidente y exministro del Interior no basta para remontar una situación tan adversa. Pero en los cuarteles generales del partido no ven remedio posible. Admiten que Rubalcaba está demasiado solo. No hay nadie en la lista por Madrid con tirón suficiente para ayudarle con la carga y la situación no es mejor en los territorios. «¿Pero quién va a echarle una mano? ¿Barreda?», se lamentan. Ya no hay 'baronías' como las de antaño y la red del partido ha quedado maltrecha tras el descalabro de las autonómicas y municipales del 22 de mayo.

El único que parece dispuesto a tirar del carro, por la cuenta que le trae, es el presidente de Andalucía, José Antonio Griñán; aunque su situación también dista de ser óptima. En las locales recibió ya un «golpe al hígado», como gráficamente describió la presidenta de su federación, Rosa Torres, después de conocer el veredicto de las urnas. Del medio millón de votos que ganó el PP en toda España, 300.000 correspondieron a aquella comunidad; una prioridad electoral de los socialistas.

En el equipo de Rubalcaba aseguraban también hasta hace unas semanas que el vicesecretario general y ministro de Fomento, José Blanco, era uno de los pocos que mantenía el ánimo y se preocupaba de insuflar moral al comité electoral y al propio candidato. Pero las revelaciones del 'caso Campeón' y sus dificultades para querellarse contra el empresario gallego Jorge Dorribo, que le acusa de haber cobrado comisiones ilegales, han terminado por hacer mella en su buena disposición.

El aspirante a jefe del Ejecutivo ha terminado por aferrarse al papel que le han asignado. De pie ante el Comité Federal que se reunió ayer de nuevo para aprobar la oferta electoral -hace una semana dio luz verde a las listas-, se echó el mundo a las espaldas. «Este no es solo el programa del PSOE, es el de mucha gente que se ha acercado a nosotros y, sobre todo, es -dijo haciendo hincapié en el posesivo- mi programa, el programa socialista para gobernar los próximos cuatro años España».

La personalización no es inane. Uno de los principales problemas de Rubalcaba es que está contaminado por el legado de Zapatero y así lo admiten sus colaboradores. Ahora intenta trazar una línea clara entre lo que le es achacable y lo que no. «No voy a evadir mi responsabilidad con el Gobierno al que pertenecí, lo asumo todo -se defendió hace unos días-; otra cosa es que tenga obligación de juzgar lo que se ha hecho, cambiar lo que creo que hemos hecho mal y proponer lo que creo que tengo que proponer».

Diferencias

Sus diferencias en el modo de afrontar los problemas respecto al presidente del Gobierno son claras. «Vamos a hacer todos los esfuerzos, pero la salida de la crisis no depende enteramente de nosotros; por eso no debemos decir cuándo saldremos, pero sí cómo», subrayó ayer a los suyos.

Para explicar ese 'cómo' es para lo que demandó una vez más a los suyos un poco de colaboración; del mismo modo que Felipe González reclamó en la Conferencia Política del 30 de septiembre abandonar la actitud de brazos caídos. «Nosotros habremos hecho las cosas mejor o peor -reivindicó- pero hemos gobernado, mientras el PP ha intentado aprovecharse de la crisis».

El empujón es necesario. En el equipo electoral creen que habría que evitar llegar al 4 de noviembre, día que arranca la campaña, con una brecha de quince puntos respecto a Rajoy. Lejos de incentivar o asustar al votante socialista, semejante distancia, dicen, solo servirá para ahondar en la desmotivación.