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Tribuna

Un hombre de Dios

MANUEL DE LA PUENTE
PRESBÍTEROActualizado:

Ahora que Don Antonio se va, cuando es el momento de las alabanzas y los recuerdos gratos, entiendo que quien se está despidiendo en estos días de los suyos -de los que hemos sido suyos, en el buen sentido- es un trabajador. Un trabajador por el Reino de Dios, una persona que ha entendido su ministerio episcopal como un servicio al pueblo de Dios e, incluso, a los que se sienten alejados de la práctica religiosa, pero que han buscado su apoyo y consejo. No ha puesto límites a su entrega, a veces rozando la extenuación.

Por eso se puede decir en verdad, que ha sido un obispo pobre: no se ha buscado a sí mismo, y su sabia humildad y sencillez le han alejado de todo tipo de prevalencias y honores, aún legítimos, dada su condición de jerarquía eclesiástica. Es un obispo que ha sufrido.

Cumplió el encargo que el buen Dios le confió, y a través de su persona, ha predicado y testimoniado el evangelio de Cristo. Otros repasarán su actividad ministerial y sus realizaciones pastorales en estos casi dieciocho años que ha estado entre nosotros. Lo que yo valoro ahora es su propia persona, que, con los gestos diarios, ha ido configurando y expresando el sentir profundo de su ser evangelizador: es un hombre de Dios. Y esta es la clave para comprenderlo y apreciar su aportación a una sociedad tantas veces mistificada y no pocas engañosa; es un hombre que se presenta, limpio de corazón, tal como es. Siempre al servicio de su misión, es contrapunto escandaloso de cualquier tipo de ambición o proyecto de vida materialista, tan comunes en este mundo. Ahí radica el interés que su persona ha despertado en nuestra sociedad gaditana: un hombre bueno - en ocasiones, mal entendido - que por serlo sin alardes nos ha dejado un limpio legado para reflexionar a unos, para admirarlo a otros, para estimarlo y respetarlo a los demás. Ha sido un obispo misionero que ha calado en el sentir del pueblo.

Esta manera de ser le ha acercado a los necesitados y excluido de nuestra sociedad. Muchos han acudido a él por un desahucio, por una enfermedad o por cualquiera de las limitaciones y pobrezas que sufrimos los hombres. Tantas veces su dolor solidario se ha visto multiplicado por su impotencia para remediar el mal del hermano. Reconocía que la Iglesia ya no es la institución poderosa e influyente de los tiempos pasados. Así, quizás, más cercana a los desvalidos, como Cristo quería.

Su vocación personal de servicio al mundo obrero de un modo directo, tuvo que encauzarla desde su mas amplia responsabilidad como pastor de la diócesis. No obstante, su preocupación personal por los problemas actuales del paro, la inmigración o la ancianidad desvalida, ha sido constante a lo largo de su pontificado. Así se demuestra en sus diversas pastorales que, personalmente, ha venido escribiendo como Obispo de nuestra diócesis y en su actuación decisiva en realizaciones tales como las fundaciones Tierra de Todos o Fragela y el Geriátrico San Juan de Dios, cito como ejemplos.

Cuantos se han acercado a él le han encontrado abierto, sensible. Ha procurado complacer a todos y esto, él lo sabe, no siempre ha sido posible; repito: todas estas dificultades le han hecho sufrir y ese sufrimiento ha modelado su alma. Dios prueba a sus elegidos en el crisol de la vida. A los que colaboramos con él de un modo más cercano no siempre nos ha sido fácil comprender sus razones, su dejar hacer, pero habrá que reconocer que nunca ha hecho acepción de personas, ni ha obrado por intereses que no fueran por el bien de la Iglesia, ni le ha guiado otra luz que no fuera la de la oración perseverante.

Ahora Don Antonio se va. En estos días lo estamos viendo, una y otra vez, emocionado en las despedidas. Y, una y otra vez, sus ojos se humedecen y esta debilidad denota su sinceridad, su cariño hacia nosotros, su hombría de bien. Sólo los hombres limpios no se avergüenzan de las lágrimas. Son momentos de prueba para su espíritu que él convierte en momentos de gratitud para con Dios y para con los que nos quedamos.

El martes pasado quiso reunir a los empleados del obispado y a los que trabajamos en la curia- clérigos y seglares-. El Vicario Judicial, P. Pedro Velo, en nombre de todos, le ofreció nuestro sencillo homenaje: «Usted no se va, solamente, por algún tiempo se aleja unos kilómetros; usted seguirá siendo Obispo de Cádiz y Ceuta, aunque ahora tenga que llevar el adjetivo de emérito». Después de unas sentidas palabras - Don Antonio siempre ha hablado mejor cuando no tiene delante papeles - nos estrechó la mano a todos los presentes en un gesto bien elocuente y cercano. Pensé yo: este hombre habría querido abrazar a todos los cristianos de nuestra tierra, uno por uno, e incluso haberles pedido perdón por alguna posible falta imaginaria.

Después de un tiempo, esa persona entrañable volverá a estar entre nosotros, seguirá enriqueciéndonos con su saber ya de otra manera y compartirá esta tierra que un día a todos nos acogerá. Dios le bendiga.