Salir de dudas

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Esa indeterminación del ánimo, que nos trae a casi todos bastante desanimados, se ve agravada por el florecimiento de la calumnia en épocas electorales. Las hay de distintas clases: calumnias verdaderas y verdaderas calumnias. ¿Cómo podremos diferenciarlas los ingenuos votantes? Ya decía Wilde que la gente tiene la horrible costumbre de decir a espaldas nuestras cosas que son absolutamente ciertas. En los decaídos fastos del llamado Día de la Hispanidad –ínclitas razas paupérrimas– el asunto del que más se sigue hablando es el económico. La Auditoría Bancaria Europea, la EBA para los íntimos, cree que España está en la cuerda floja. Más que a un nuevo Keynes necesitamos a Pinito del Oro, pero antes que nada habría que desenmascarar a algunos altos cargos de baja categoría moral.

Las calumnias deben de ser verosímiles. Quiero decir que a un tipo como Strauss-Kahn, depredador de camareras, no se le puede tildar de homosexual. Tampoco a Barba Azul, que las mataba callando, por el mejor sistema conocido, que es impedir que testificaran en contra suya. Descendiendo hay que preguntarse si se está calumniando a don José Blanco, también conocido como Pepiño Blanco. Si las acusaciones son falsas tendrán que pedir disculpas otros. No yo, que jamás he incurrido en ese rápido delito tan emparentado con la envidia. Ya sabemos que hay cosas mosqueantes y que no se puede poner un despacho en una gasolinera, ya que ambos olores trascienden, pero hay que estar muy seguros para culpar a alguien sin antes haber salido de dudas.

Lo más terrible es la confusión. Barack Obama está deportando a más inmigrantes que ningún otro presidente norteamericano y en España hay más constructoras favorecidas por el Ministerio de Fomento que en la época donde de verdad se construía. Necesitamos que alguien nos diga la verdad, aunque en vez de hacernos libres nos haga la puñeta. Antes de rebajarle la nota a nuestros insuficientes políticos hay que someterlos a un examen con un tribunal neutral.