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Apurando la alegría

Josefa Parra
JerezActualizado:

A veces me resulta difícil mantener el tipo. No me refiero a lo físico (que vaya si cuesta), sino a seguir enarbolando la bandera del optimismo, a eludir las tristezas y las mezquindades cotidianas para declarar tan sólo las alegrías y las ilusiones. Y es que abre una la prensa o enciende el noticiario, y corre el riesgo de enfangarse en la desesperanza: guerras, violencia, desahucios, pobreza… Todo está ahí, y es inútil (y además insano) negarlo.

Y, sin embargo, abundando tercamente en mi parte más crédula, vuelvo a lo mismo. Busco y, ¡oh milagro!, encuentro entre los cientos de noticias de desastre una nota de solidaridad, una reseña acerca de un desconocido que arriesga su vida por salvar la de otros, o unas líneas sobre Susan Sarandon, guerrera indignada en Wall Street, o la buena nueva de que han concedido el premio Nobel de la Paz a tres grandes pioneras (las liberianas Ellen Johnson-Sirleaf y Leymah Gbowee y la yemení Tawakkul Karman), literalmente ‘por su lucha no violenta en favor de la seguridad y el derecho de las mujeres a participar plenamente en la construcción de la paz’… Es cierto que hay que espigar entre mucha mala yerba para encontrar ese grano que encienda la fe en la Humanidad. Es verdad que cada vez se hace más complicado, y que hay que esforzarse más en la alegría. Pero no pienso cejar en ello. No me doy por vencida.

No soy una ilusa en el sentido de engañada, pero sí quiero serlo en el sentido de propensa a las ilusiones, a los sueños. No es lo mismo soñar que delirar. Hoy quiero apurar el resto de alegría que me queda en el vaso y proponerme, muy en serio, soñar, creer, ilusionarme y esperar. Dentro de cada uno de nosotros está el germen del optimismo. Sólo hay que dejarlo crecer. Mañana el vaso volverá a estar lleno.