¡Goooooooool!
Un váter humano, una bicicleta, un francotirador, un pescador de salmones... Las celebraciones del Stjarnan triunfan ahora en España gracias a un anuncio televisivo
MADRIDActualizado:Dicen algunos jugadores de fútbol, quizá un poco exagerados, que la sensación de marcar un gol decisivo solo puede compararse con la de alcanzar un orgasmo. Sobre todo cuando miles de personas se ponen de pie como animadas por un motor de explosión y saltan, aplauden, cantan y corean el nombre del goleador. El universo parece entonces detenerse en un momento mágico y el futbolista siente que todos los focos le apuntan. Los más sobrios se limitan a alzar el brazo con rabia, se funden en un abrazo fraternal con sus compañeros o se derrumban sobre el césped entre convulsiones. Cuando Andrés Iniesta marcó en Sudáfrica el gol más importante de la historia de España, en el minuto 116 de la prórroga, sintió el impulso de quitarse la camiseta roja para enseñar un mensaje: «Dani Jarque, siempre con nosotros». Aquel recuerdo tan emotivo al amigo muerto, en la final de la Copa del Mundo, elevó la figura de Iniesta un peldaño más en la consideración de los aficionados, si acaso era posible.
Sin embargo, hay otros futbolistas que aprovechan ese súbito segundo de gloria para escenificar extrañas y simbólicas celebraciones, más preparadas que espontáneas. Cristiano Lucarelli, ariete del Nápoles y simpatizante comunista, solía aprovechar sus goles para mostrar al mundo la icónica silueta del Ché Guevara. Aunque su festejo más curioso se le ocurrió el 29 de mayo de 2004, cuando su club de entonces, el Livorno, se jugaba el ascenso a Primera División en casa del Piacenza. Los livorneses acabaron ganando 1-3 y cuando Lucarelli marcó el tercer tanto, se sacó la camiseta, la echó al césped e hizo el furioso ademán de fornicar con ella. Quería mostrar al mundo el amor casi carnal que sentía por el equipo de su ciudad.
La osadía sexual de Cristiano Lucarelli quedó en unas risotadas, pero al inglés Robbie Fowler le salió muy cara la celebración que se marcó en abril de 1999, cuando militaba en el Liverpool. Robbie metió un penalti al Everton, se dirigió a la línea de fondo, se puso a cuatro patas, acercó la nariz a la raya de cal e hizo el gesto de esnifársela entera, como si aquello fuera una monumental dosis de cocaína. Robbie asegura que lo hizo porque estaba molesto con la afición rival, que le tildaba de drogadicto. Sus excusas, sin embargo, no ablandaron a la Federación Inglesa, que decidió sancionarle con cuatro partidos de suspensión, y tampoco a su club, que le puso 60.000 libras esterlinas de multa. Al lado de las picantes ocurrencias de Robbie Fowler, la samba que suelen bailar los brasileños o las celebérrimas volteretas de Hugo Sánchez se quedan en tiernas e inocentes expresiones de alegría.
Pero, en la última temporada, un equipo nórdico ha revolucionado el mundo de las celebraciones. El Stjarnan FC de Gardabaer, un club de la primera divisón islandesa, decidió hace un año que levantar el brazo o montar la típica melé eran festejos demasiado aburridos para su abnegado público. Había que dar espectáculo.
El salmón de Halldór
Halldór Orri Björnsson (Reykiavik, 1987) estudia el último curso de la Licenciatura de Márketing en la Universidad de Islandia, tiene el pelo rubísimo, de un color casi lunar, y no juega mal al fútbol. En el Stjarnan FC es titular indiscutible y máximo goleador. Se pone siempre la camiseta con el número diez e incluso ha militado en un equipo alemán, el SC Pfullendorf, de la cuarta división. Sigue con pasión la liga inglesa y se declara ferviente aficionado del Arsenal.
La competición islandesa, la Pepsideild Karla, es tan peculiar como el propio país. Se juega en primavera y verano, cuando el sol nunca se esconde y los térmometros de Reykiavik rozan los veinte grados. Luego, sus doce equipos dormitan durante los seis meses de oscuridad invernal. La temporada 2011 acaba de terminar y el Stjarnan FC ha conseguido un magnífico resultado: ha acabado cuarto, con 37 puntos, a diez del campeón, el KR Reykiavik. Halldór Orri Björnsson, con doce goles, se ha quedado a las puertas del pichichi.
A Halldór de vez en cuando le vienen ideas curiosas. Un día, pescando salmones con su padre, decidió que debían hacer algo más para entretener a los aficionados de su equipo. «Como no pescábamos nada, tuvimos mucho tiempo para pensar en otras cosas», confiesa. El Stjarnan juega en Gardabaer, una ciudad satélite de Reykiavik, con poco más de 10.000 habitantes. Su estadio, pequeño y moderno, tiene una gradita limpia y despejada en la que suelen sentarse unos mil espectadores, bien abrigados con las bufandas azules de su equipo. Aquella infructuosa jornada de pesca le sugirió a Halldór una pequeña broma.
El fin de semana siguiente, el Stjarnan jugaba en casa contra el Filkyr. Después de anotar (de penalti) el gol que les concedía la victoria, Halldór citó a sus compañeros en una esquina del campo y ofreció a sus seguidores una extraña danza. El número diez echaba la caña, recogía el carrete y trataba de pescar un salmón gigantesco, que parecía sacudirse, agonizante, sobre el césped. Finalmente, Halldór Orri Björnsson conseguía su trofeo y el número 29, Vidir Thorvardarsson, hacía el gesto de agacharse para tomar una fotografía del sonriente grupo. En el ingrato papel del pescado brillaba el defensa central Johann Laxdal, cuyo apellido, en el retorcido idioma de la isla nórdica, significa precisamente ‘valle del salmón’.
Hace veinte años, la cosa se hubiera quedado ahí: un mero entretenimiento para los escasos fieles del Stjarnan de Gordabaer. Pero estamos en la era de internet y a algún espectador se le ocurrió grabar en vídeo el gol y la posterior celebración. Luego lo colgó en la plataforma Youtube y aquello dio la vuelta al mundo. De golpe y porrazo, en apenas unas semanas, el Stjarnan FC se había convertido en el club más popular de Islandia, con seguidores en Europa, Sudamérica y Asia. «Es increíble. Nos asombra muchísimo todo lo que se ha formado», resumió el mediocampista Daniel Laxdal, número 9 y capitán del equipo en una entrevista concedida... ¡al diario ‘Olé’ de Argentina! Animados por la repercusión mediática que habían alcanzado, los futbolistas del Stjarnan siguieron inventándose nuevos modos de festejar los goles. Tras ‘El salmón’, llegaron ‘El mago’, ‘Los bolos’ o ‘La bicicleta humana’. Muchos días, después del entrenamiento, algunos jugadores se quedaban para ensayar nuevas coreografías.
«Un día fui con un amigo a ver una película de acción y me pregunté cómo podríamos llevar todo eso a un campo de fútbol». En agosto de 2010, en el partido contra el Keflavik (4-0), Halldór Orri Björnsson anotó el primer gol del Stjernan. Nada más meterlo, derribó de un golpe fingido al compañero que llegaba con los brazos abiertos, luego disparaba contra todos los demás y acaba tumbado en el césped, como un francotirador, matando a su propio portero, que se derrumbaba en su área. Había nacido ‘Rambo’, una de sus celebraciones más espectaculares.
La creatividad de los jugadores islandeses no solo les ha supuesto la fama universal. En España, la agencia de publicidad DDB pensó en ellos para los anuncios de Movistar Imagenio. «Más allá de los fichajes millonarios, la fama, los coches de alta gama y los paparazzis, está el otro fútbol, el de los pequeños equipos. Esos que se lanzan al campo motivados por el amor al deporte», explican los publicistas. Y el Stjarnan les pareció la muestra más pintoresca de unos jugadores que viven el fútbol con espíritu lúdico, todavía sin malear. Así que un equipo de DDB_se marchó a Islandia para grabar las celebraciones de Halldór y sus muchachos.
¿Y los rivales? ¿Qué piensan de todo esto? ¿Les pican estos festejos? Quizá, pero no lo dicen. O, mejor aún, algunos son capaces de pagarles con la misma moneda. El 12 de septiembre de 2010, el Valur de Reykiavik le endosó un contundente 5-1 al Stjarnan. Cuando el delantero Arnar Sveinn Geirsson metió el tercer gol del Valur, se arrojó al suelo y comenzó a boquear y a sufrir convulsiones, como si representara el papel de salmón. Entonces llegaron sus compañeros y le clavaron cuantos cuchillos y arpones pudieron. El pescadito del Stjarnan había, por fin, muerto.