
Un feliz homenaje al 'Ciclón de Jerez' en la corrida de la Feria del Pilar
ZARAGOZA. Actualizado: GuardarAbrió un toro achichonado, negro, bizquito, armado en serio y muy astifino. Algo frágil, un puntito manso y sumamente bondadoso. Y, luego, estaba sin verse el perfil de Juan José Padilla , cuya imagen de héroe y mártir palpitaba como una sombra de fondo. La sombra era una emoción colectiva bien notoria. Serafín llamó a los micrófonos del Canal Plus para brindar la muerte del toro. Aunque las palabras del brindis no trascendieron, todo el mundo entendió que el brindis era para Padilla . Se premió el detalle con una ovación cerrada, que iba por Padilla también.
Así que con ese trabajo tan bonito de Serafín Marín se abrió paso la leyenda eterna de los circos: el espectáculo tiene que continuar, viva el espectáculo, vivan los toros. Salió severa y variada la corrida de Bañuelos: con mucha plaza, mucha vida, bastante carácter y mutaciones originales. Excelente el fondo de calidad del segundo, castaño, corto de manos, bajo de agujas.
El tercero, afiladísimo, díscolo, rácano, belicoso, vino a bulto y no a engaño más de una vez porque, además de genio, tenía listeza y protestaba punteando. Fue difícil, pero apareció el David Mora de los toros difíciles. Luego, vino el turno de dos toros gigantes: un cuarto de 650 kilos, colorado, ancho, largo y alto, de blancas palas, ojo de perdiz, encabalgado, suelto, incapaz de meter los riñones, como si no pudiera con ellos ni tuviera impulso. El quinto, altísimo galán, también pasó la frontera de los 600.
Muy desigual en el caballo, ese sexto de Bañuelos tuvo un caro defecto: llevar la cara arriba siempre y hasta mirar con descaro por encima del palo o de las esclavinas. Un toro, por tanto, incierto para cerrar el festejo.