El árbol de la vida
Actualizado:El Árbol de la Vida es el título de una película que corre de boca en boca provocando siempre polémica, algo sorprendente en estos tiempos donde es raro escuchar un comentario que vaya más allá del me ha gustado o no ¿Qué tiene para resultar tan impactante? Por los espectadores que conocía en la sala me acordé de aquellos cine clubs donde se repartía una hojilla con la ficha y la crítica y se celebraba un debate posterior. De hecho cuando salimos las reacciones eran apasionadas y contradictorias.
Mi opinión es que se trata de un poema visual bellísimo, desde la espectacular y delicada fotografía a la música o a los buenos actores como Brad Pitt, Sean Penn o la deslumbrante Jessica Chastain. Pero sobre todo, el que siendo tan hermosa, habla de las cosas que importan como el amor, la familia, la infancia o la ausencia. Preguntas tan reales como la vida, a las que sus protagonistas tratan inútilmente de dar respuestas; tan antiguas y angustiosas como el sentido de la muerte o del Universo y sus criaturas.
La amantísima madre, atenazada por la sinrazón de la ausencia, intenta escuchar la voz de alguien que dé sentido a tanto desorden, a tanto sufrimiento y, a la vez, a tanta belleza como la naturaleza regala a nuestra especie. No en vano Terrence Malick, su director, comenzó su tesis en Oxford sobre los filósofos existencialistas (Heidegger, Kierkegaar, Wittgenstein) y ha hecho sólo cinco películas en toda su vida, eso sí, todas memorables. Es heredero del Kubrick de 2001 Odisea en el Espacio y del buen cine europeo, cuando este arte reclamaba su reconocimiento y, si era preciso, además de divertir, removía al espectador en la silla.
La infancia de tres niños con sus padres en la América profunda de los años cincuenta, un mundo que se mueve entre el autoritarismo del padre y la dulzura de la madre, mostrando una familia que con una mano otorga la felicidad y con la otra condena al desamor y al desencuentro. La estética de los cincuenta, tan de moda, funciona muy bien como atractivo complementario.
Un poema visual que nos lleva desde el microcosmos hasta las galaxias, con imágenes que conmueven y nos hacen pensar en la trascendencia de lo real, en la vida después de la muerte. Y como tampoco Malick tiene respuesta nos deja ver también su turbación y su propio desconcierto en las imágenes finales, donde no se dan las claves para poder entenderlas de forma precisa.
Su inusual duración y la delectación de la cámara con los actores o la naturaleza, en busca de la belleza de cada plano-estrofa, lleva a algunos espectadores a desesperar y descalificar globalmente lo que sólo es atribuible a la última media hora. Es curioso que tratando en esencia de la fe, no divide los fervores y descalificaciones entre creyentes o agnósticos, sino entre diversas sensibilidades y maneras de entender el cine.