Steve Jobs, el factor humano
El cofundador de Apple ha sido un icono para la actual sociedad tecnológica
MADRID Actualizado: GuardarSteve Jobs, creador de un gigantesco imperio empresarial y él mismo fabulosamente rico por su creatividad visionaria, ha sido el máximo exponente de la importancia del factor humano en una sociedad cada vez más amorfa en que la individualidad tiende a abismarse en el magma de la globalización.
Las nuevas tecnologías de la información y la comunicación –las TICs-, que han experimentado un desarrollo exponencial desde los años setenta del pasado siglo, han sido el fundamento de las grandes transformaciones que, para lo bueno y para lo malo, han cambiado, además de nuestras vidas, la naturaleza existencial de nuestros problemas, el alcance de los retos que el mundo encara para seguir progresando. La globalización, con una fuerte carga de homogeneización ideológica, está sin duda detrás de la desaparición de los bloques geopolíticos y de una expansión sin precedentes de los intercambios en el planeta (comerciales, financieros, intelectuales, culturales en general). Aunque también es responsable de que algunas perversas energías mal controladas hayan desencadenado la dramática recesión que nos embarga.
El desarrollo del proceso planetario de avance se sustenta en un prodigioso esfuerzo científico. El surgimiento de los computadores y su vertiginoso desarrollo en estos últimos treinta y cinco años –un período que coincide con la etapa creativa de Steve Jobs-, así como la masiva implantación civil de Internet a partir de experimentos militares, han sido hitos decisivos en la vorágine modernizadora.
Este proceso creativo fue en gran medida espontáneo, y a él contribuyeron inventores, creadores, comerciantes e iluminados de muy distinto pelaje, especialmente en los Estados Unidos. Steve Jobs, un autodidacta sin formación universitaria, junto al ingeniero Steve Wozniak, fundaron Apple en un garaje de Palo Alto, California, en 1976. Jobs tenías las ideas y Wozniak las desarrollaba. Y así ha seguido sucediendo hasta la desaparición de aquél, víctima del cáncer de páncreas que lo ha llevado a la tumba. En todos esos años, Jobs ha ido desesperadamente por delante de Microsoft, el gigante que ha popularizado y extendido la informática de consumo. Fue Apple (Jobs) la que utilizó por primera vez las célebres ventanas (windows) para hacer intuitivo el manejo de los ordenadores; fue Apple (Jobs) la que entendió a la perfección que los ordenadores desempeñarían un papel clave en el desarrollo de Internet.
Como ha escrito el experto Miquel Barceló en una apresurada necrológica de Jobs, “Microsoft llegó tarde la nueva interfaz WIMP (windows, icons, mouse y pop-up menu), llegó tarde a los sistemas operativos multitarea, llegó tarde a Internet [Bill Gates sólo desarrolló realmente su ‘explorador’ para navegar por la World wide web cuando se le habían adelantado Netscape y muchas otras compañías], llegó tarde a las consolas de juegos y un largo etcétera. Aunque, eso sí, cuando llegó, lo hizo adquiriendo pronto una posición dominante tras haber entrado como el típico elefante en una cacharrería”.
Jobs no fue sin embargo propiamente un inventor sino un estratega. Un gran estratega con un afinadísimo gusto estético. Su contribución al desarrollo complejo de los medios fue el sentido de la oportunidad. La fusión pertinente de la telefonía con Internet, la innovación en la comercialización y el disfrute de la música, la fusión de géneros y sistemas de acceso a la información, la perfección sistemática en los artefactos y en los sistemas operativos… Todo ello envuelto en una estética sobria y con una gran capacidad de captación de lo universal. Su genialidad fue su creatividad, que le permitió una impagable capacidad de anticipación. Y su herencia es refinada: en plena maquinización, su nombre, tan reconocido, nos recuerda que el ingenio, la sensibilidad, la creatividad, la valentía al correr riesgos son la materia indispensable del futuro y el fundamento del humanismo que nos hace soportable el presente.