La enfermera y la corte de los milagros
Una joven sevillana de 22 años cogió el ramo de rosas que lanzó Cayetana: «Tengo novio y sí que hemos hablado de casarnos»
SEVILLA Actualizado:María Dolores, una joven de 22 años y a punto de acabar la carrera de Enfermería, llegó a primera hora de la mañana para coger un buen sitio en primera fila, pero ni se le pasaba por la cabeza que acabaría convirtiéndose en otra de las protagonistas de la boda. Suyas son las manos que acabaron imponiéndose sobre la muchedumbre para atrapar el bouquet de rosas color crema que Cayetana llevó como ramo de novia y que lanzó al público como agradecimiento a Sevilla, la ciudad que tanto afecto le demuestra.
La jugada se prolongó un poco más de lo normal: el ramo le cayó primero a una periodista agazapada entre los pies de los curiosos y que optó por devolvérselo inmediatamente a la aristócrata para que repitiera el lanzamiento. Después de cogerlo, y aún nerviosa por «semejante privilegio», María Dolores apenas acertó a estrecharle la mano a la duquesa.
«Pienso guardarlo en un lugar especial de mi casa», repetía aturdida la joven, que tuvo que soportar estoicamente una avalancha de augurios –de señoras en su mayoría– sobre su futuro matrimonial. «La verdad es que tengo novio y alguna vez algo comentamos de casarnos, pero tampoco nada serio», confesaba mientras marcaba el número de su madre para contarle lo sucedido.
Y es que la ciudad se volcó con la duquesa. Bajo un intenso calor, el exterior del Palacio de las Dueñas bullía de gente. Los guardas de seguridad contratados por la duquesa a duras penas podían evitar que la gente se echara encima de los coches de los invitados, aclamados desde que doblaban la esquina, poniendo en peligro incluso su integridad física. Tal fue la avalancha que solo los hermanos Rivera, Cayetano y Francisco, se atrevieron a bajarse del coche y entrar andando al palacio. Solo por eso ya se convirtieron en los más aplaudidos.
Estudiantes, músicos y disfraces
Allí había de todo. Músicos mostrando su maestría a la espera de una posible oferta de trabajo, estudiantes fugados de un colegio cercano durante el recreo, gente disfrazada del rey dando su beneplácito a la relación e incluso alguno que aprovechaba el escaparate mediático para reclamar el pago de una deuda pendiente. La puerta de las Dueñas se fue convirtiendo poco a poco en una corte de los milagros, a la espera de que saliesen los protagonistas para jalearles. Todo contemplado desde las alturas por los afortunados inquilinos de los pisos aledaños. Alguno de ellos cedió amablemente el balcón –bajo el pago de cantidades astronómicas, que rondaron los 6.000 euros– para que la prensa tuviera mejor plano.
«¡Que haga lo que quiera, y si Alfonso le hace feliz, que lo disfrute!», resumía Amparo, que recordaba que cuando la diferencia de edad es al revés la sociedad se queja menos. «Los hijos igual querían meterla en una residencia... Por lo menos ahora está acompañada», replicaba Ana, que se había desplazado desde Alcázar de San Juan. En fin, la gente estaba enzarzada en auténticos debates sociológicos.