IL CORRIERE

LLEGÓ EL OTOÑO

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Cielo gris, hojas caídas, noches que se alargan. y mi querida vástaga que me recuerda que vuelve la temporada de churros, con lo cual, hay que levantarse los domingos más temprano de lo habitual para ir a la Plaza. Y mi querida hija es de las que se levantan muy temprano, po ná, viva er cannavá. He aquí que, en el primer recorrido de esta temporada, empecé a sentir como un dejà vu; imágenes repetidas, hechuras, actitudes y personajes que, a medida de haberlos visto un domingo tras otro, han ido conformando lo que es Cádiz dominical a eso de las ocho de la mañana. Sin lugar a dudas, el personaje destacado es el que viene de recogida con la semiborrachera pensando en que unos churritos le vendrían de escándalo. Error. Cuando hay jornada liguera fuera de Carranza siempre suele aparecer alguien con la camiseta del Cádiz dispuesto a recorrerse 500 kilómetros para ver treinta balonazos al área y liarla en donde se tercie. Para eso sí se madruga si hace falta. Si recorremos vericuetos callejones iremos descubriendo personajes «particulares» que como los cañones parecen incrustados en las esquinas, suelen llevar chanclas con unos pies descuidados durante décadas y un cigarro perenne en sus labios. Esos no fallan. Observan el tiempo, nada más. Falta la caravana de artículos de lujo que se dirige al paseo Carlos III para montar el mercadillo, los rezagados suelen ser los más cutres y en ese mercadillo lo más cutre es nivel vertedero en cualquier otra ciudad. Por último, no podemos obviar la enorme cantidad de gaditanos que se levanta temprano y, sin apenas acicalarse, bajan al perro con el único objetivo de esperar que nadie los vea y no recoger los hermosos regalitos que le dejan a la ciudad. Esto es el Cádiz dominical, mejor quédense en la camita un ratito más, si pueden.