TURNO DE OFERTAS
Actualizado:Está suficientemente comprobado, desde los tiempos del sublime cojitranco don Francisco de Quevedo, que «prometer no empobrece». Para prometernos, bajo palabra de deshonor, que las cosas van a ir menos mal no hace falta que empiecen a irnos de cara, sino de la cara que le echen los que las prometen. No se puede vivir sin esperanza, ese préstamo que se le pide al futuro, que por cierto cuesta menos que el que le pedimos a los Bancos. Le exigimos al porvenir, que es un por llegar, a condición de que seamos capaces de traerlo, una mejoría de la actualidad y para esa estafa es necesario que seamos crédulos. El señor Rubalcaba, al que Dios libre de sus cómplices, dice que ya está bien de recortes y de excesos de ahorro. No le falta razón, pero tampoco le sobra al señor Rajoy, que quiere distribuir lo que nos falta, aumentando las pensiones al menos un tres por ciento. No sé si todos estamos locos o nos conformamos con seguir siendo unos tontilocos, pero hace falta ser majaras para creerse las ofertas.
La Banca, con mayúscula, teme que algunas autonomías suspendan pagos antes de que acabe el año, que por cierto va a terminar el 20 de noviembre, anticipándose al horario previsto. Quiero decir que estamos más mosqueados que los pavos en Navidad, entre otras cosas porque nos están desplumando desde mucho antes. Nos alimentan con promesas y con ofertas. Algunas, en vez de nutrirnos, nos rebotan el estómago. ¿Cómo puede el recalcitrante señor Rajoy prometer una subida de pensiones? Los viejos, que nos conformamos con casi todo, deseamos, como el paralítico de Lourdes, quedarnos como estábamos antes de que el utilitario vehículo se desplomara por los muchos terraplenes de los vericuetos de la fe y de la esperanza, que siempre han sido la Guía Michelin del desvalimiento humano.
No se crean las ofertas. O mejor, sigan creyéndoselas. Ayudan a vivir.