'Los Soprano' de Afganistán
La red de la familia Haqqani acumula riquezas y libra la guerra santa contra EE UU desde territorio paquistaní
Actualizado:Una hilera de camionetas destartaladas entra y sale a diario de la ciudad paquistaní de Miram Shah, y nadie sabe a ciencia cierta qué transportan, si madera, piedras preciosas o el cuerpo maniatado del último secuestrado en Afganistán. La familia Haqqani ha convertido este reducto fronterizo en su finca particular, un bastión mafioso para acumular riquezas y librar la guerra santa contra Estados Unidos.
Jalaluddin Haqqani, el patriarca del clan, a quien nadie ha visto desde octubre de 2001, es un viejo conocido de la CIA que en el pasado recibió elogios entusiastas. «Es la bondad en persona», dijo de él el difunto congresista demócrata Charlie Wilson cuando los señores de la guerra se aliaron con EE UU en la batalla contra el invasor soviético. Aquellas palabras resuenan hoy con un rastro de vergüenza en los velatorios de tantos soldados y civiles asesinados por los secuaces de la red Haqqani.
Su violencia es descarnada, tanto o más que la de los talibanes, con quienes comparte una visión draconiana del islam, aunque actúan por separado. Pero la Casa Blanca se resiste a tildarlos de terroristas. La lógica subyacente esconde la constatación de una derrota: el Pentágono se ha resignado a que los Haqqani tomen el control de la mitad de Afganistán tras el repliegue estadounidense que debe culminar en 2014, de modo que prefiere entenderse con ellos.
Fondos del contribuyente
Hasta la fecha, esta estrategia ha traído a Barack Obama más quebraderos de cabeza que alegrías. 'Los Soprano' afganos -en definición de 'The New York Times'- no han mostrado disposición alguna a hacer las paces ni a deponer las artes mafiosas. Mercadean con madera robada, piedras preciosas y otros minerales; secuestran a occidentales y reclaman pingües rescates para liberarlos, y ofrecen protección a los comerciantes locales a cambio de una cuota ineludible.
El 'impuesto revolucionario' procede a menudo del fondo para la reconstrucción de Afganistán, lo que significa -la obviedad es infame- que el contribuyente estadounidense sufraga los atentados que cuestan la vida a sus militares y a infinidad de civiles afganos. El Departamento del Tesoro de EE UU no movió ficha hasta la tarde del jueves, cuando, espoleado por la presión de los medios, anunció sanciones económicas contra «un comandante clave» de la red.
Tras la muerte de Osama bin Laden, los Haqqani han querido arrogarse el monopolio de la resistencia contra las fuerzas extranjeras mediante un despliegue de fuerza inmisericorde. En junio, nueve 'muyahidines' -se estima que el clan ha reclutado entre 5.000 y 15.000 miembros- asediaron el hotel Intercontinental de Kabul y abatieron a once huéspedes; entre ellos el piloto comercial español Antonio Planas, que trabajaba para una aerolínea radicada en Estambul. Aunque en un principio se culpó a los talibanes, los servicios secretos afganos interceptaron una conversación telefónica en la que uno de los hijos de Jalaluddin aleccionaba a los terroristas para infligir el máximo dolor.
Los vástagos del patriarca dirigen con mano de hierro la campaña insurgente. Celebraron el 11-S haciendo estallar un coche bomba frente a una base militar de la OTAN, y dos días después lanzaron una lluvia de proyectiles contra la Embajada estadounidense en Kabul. Más de 25 personas murieron, incluidos cinco niños y otros tantos civiles.
Otra bomba -dialéctica, por fortuna- estalló la semana pasada en un coloquio sobre política internacional en Washington. El almirante Mike Mullen, convertido ya al filo de la jubilación en la voz de las verdades incómodas, acusó a Islamabad de estar detrás de los ataques: «La red Haqqani es el brazo ejecutor de la Inteligencia paquistaní», que en principio aparece como el mayor aliado de EE UU en la región.
El entonces todavía jefe de las Fuerzas Armadas estadounidenses continuó sin rodeos: «Al escoger la violencia extremista como un instrumento político, el Gobierno paquistaní, y sobre todo su Ejército y los servicios secretos, amenazan nuestra relación estratégica y su oportunidad de convertirse en una nación respetada».
Contundencia y tensión
La contundencia de Mullen, impropia de las relaciones diplomáticas, azoró al presidente y a su equipo de estrategas: «Yo no habría utilizado esas palabras», apostilló el secretario de Prensa de la Casa Blanca, Jay Carney. Estados Unidos es consciente del frágil equilibrio de la paz en la región, y no quiere dejar a su libre albedrío a una casta de gobernantes enfrascados en luchas fratricidas y armados con misiles nucleares.
La relación no se romperá, a pesar de que el primer ministro paquistaní convocó el jueves a los prebostes militares para mostrar su agravio a Estados Unidos. La reunión fue una puesta en escena, un golpe de efecto para consumo interno trufado de advertencias vacías a Washington.
Ni siquiera el aguerrido Senado norteamericano ha elevado el tono contra la connivencia entre Islamabad y el integrismo islámico. Ante la recomendación de asignar ayudas por valor de 1.000 millones de dólares (740 millones de euros) al país asiático, la Cámara Alta solo ha interrumpido la transferencia, a la espera de que el régimen se «comprometa» a combatir a la red Haqqani.
Según 'The Washington Post', la Casa Blanca ha hecho llegar un ultimátum al Gobierno paquistaní: «Si no actuáis, lo haremos nosotros unilateralmente». Pero, entre bastidores, el equipo de Obama ha reconocido que no tiene idea de qué ficha mover. Su única certeza es que Osama bin Laden vivió durante años y hasta su último día, el pasado 2 de mayo, a una hora en coche de la mayor academia militar de Pakistán.