ESPAÑA

AROMA DE FUNERAL

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La inyección de moral 'filipina' apenas duró unas horas. Al día siguiente de la intervención de Felipe González ante la Conferencia Política los socialistas volvieron a sumirse en el estado depresivo y de nervios en el que viven desde hace meses. De poco sirvió que Alfredo Pérez Rubalcaba se multiplicara y fuera de comisión en comisión con la mochila cargada de propuestas y esperanzas. Daba igual. Los dirigentes del PSOE tienen la moral subterránea.

En el Palacio de Congresos de Madrid el pesimismo electoral adobaba las conversaciones, no había risas en los corrillos ni en la barra del bar, en los puestos de recuerdos del PSOE y entidades afines no hicieron, precisamente, el agosto, y el habitual bullicio de estos cónclaves con voces por aquí y por allá era un zumbido monocorde.

Razones tienen los socialistas para estar así. Un vistazo al exterior permitía constatar la escasez de coches oficiales, consecuencia del batacazo del 22 de mayo. Además las encuestas, y dicen que las peores están por venir, tienen una rotunda capacidad de desánimo en el PSOE.

«Tenemos gran capacidad de afligirnos», comentaba el vicesecretario general del partido, uno de los pocos optimistas de la jornada. José Blanco alentaba a quien quisiera oírle con el dato de que en 2003 también el PP llevaba una amplísima ventaja en las encuestas y el 10 de marzo de 2004 el PSOE superaba por un punto a los populares. «Hay partido», repetía con afán de épica y una intrigante alusión a sus sondeos, «que no son malos».

Otro de los risueños era el consejero de Interior vasco, Rodolfo Ares. «Lo nuestro va bien», subrayaba sin dejar claro si se refería a las expectativas electorales o a las noticias y comunicados que llegan de ETA y su entorno. A su lado, uno de los más solicitados, el lehendakari Patxi López, que cada vez que asomaba o salía a la calle a fumar era requerido por fans para fotografiarse con él.

De puertas adentro

Pero eran las excepciones. El ambiente, en general, era taciturno. El discurso oficial, como no podía ser de otra manera, está trufado de loas al candidato y de fe en la victoria. Las conversaciones privadas son otra cosa. Unas están plagadas de resquemores por las listas electorales, de las que muchos se han caído o se han visto relegados a puestos de imposible elección y ven su futuro negro; otras charlas giraban sobre el 20-N. Descontada la derrota, la encrucijada se movía entre lo peor y lo razonable. En esas están los socialistas de puertas para dentro.

Todos, sin excepción, mantienen que llevan el mejor candidato posible, pero a continuación se preguntan si ese valor será suficiente parapeto; también defienden la bondad de sus propuestas, pero enseguida se preguntan para qué sirven si no se va a gobernar. «Lo inútil conduce a la melancolía», comentaba un muy escéptico dirigente.

No se ven capaces de remontar como en 1993 y 1996, y muchos se preparan para el día después, para los congresos regionales y para el federal. Entonces deberán repartirse las migajas del poder orgánico e iniciar la travesía del desierto de la oposición desprovistos de la retaguardia autonómica y municipal- que tuvieron hace 15 años.