Sociedad

Una discreta función en Las Ventas

Noble pero frágil corrida del Puerto, distinguida faena de El Cid y un pretendido duelo sin acento entre Castella y Perera

MADRID. Actualizado: Guardar
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La primera mitad de corrida estuvo igual de armada que la segunda: una de Madrid , del Puerto y de sangre Lisardo. Tal vez menos que los demás el cuarto, que fue, en predominio Atanasio, el toro de la corrida. Tuvo bondad el tercero, y bondad particular, pero sin garrita no cuenta la bondad en un toro. El ambiente fue de otoño en Madrid y, por tanto, de una condescendencia que no se gasta ni de lejos en San Isidro. Los dos toros del lote de Castella, particularmente frágiles, claudicantes, con el motor fundido, no habrían resistido la prueba en mayo. Ahora pasaron. Pero no sirvieron ni para tirar líneas. El segundo puyazo fue letal para uno y otro, y este otro, quinto de corrida, perdió las manos en banderillas hasta tres veces. Lo convencieron pero no del todo los casi mimosos lance de brega de José Chacón a media altura. El toro enganchado a un hilo, y el hilo a las uñas de los dedos de las manos de Chacón, banderillero exquisito. Tanto el otro como el uno del lote de Castella sacaron esa bondad propia del toro del Puerto en otoño.

Pero el que más y mejor aire tuvo fue el cuarto. Le dio El Cid trato dulce: distancia, espacios para abrirlo sin obligarlo más que lo imprescindible, tiento para que no tocara engaño y no lo viera apenas. La moda es la moda y no hay casi nadie que no se haya pasado al estilo rehilado, que permite componerse de figura, encajarse sin tensión y a veces torear más en línea que por fuera, y hasta las dos cosas.

En vertical El Cid. Sólo un error de colocación en la que fue larga faena y, cuesta abajo, de medios a rayas, se le acostó el toro en esa baza. Solo en esa. Dos tandas prolijas por la zurda, sin terminar de bajar la mano que barre arena, una más lograda con la diestra, salidas airosas y no tan airosas: los desdenes a pies juntos. Un espontáneo sentido. De andar a gusto. Y eso fue lo que contó. La disposición, la confianza. Salvo a la hora de pasar con la espada. El Cid lleva tiempo matando los toros como el que mejor los mate, y toreando con la derecha bastante mejor que con la izquierda, y rompiendo por tanto esquemas. Y toreando fácil y enseguida con el capote, y estirándose de rara manera. Pero a ese cuarto toro del Puerto no lo mató: un pinchazo por la tangente y un espadazo caído.

El reparto de toros y papeles dejó la pretendida cuita de rivalidad entre Castella y Perera en agua de borrajas. No solo que estuvieran algo cansados de encontrarse en las puertas de cuadrillas, sino que los toros de lote no dieron para pleito. El palco estuvo aguantando toros toda la tarde, pero en el sexto se le infló la nariz a quien fuera y asomó el pañuelo verde. El sobrero de Los Bayones, bien hecho, era menos toro que cualquiera de los del Puerto y salió rana: rebotado, las manos por delante, cierto genio defensivo y hasta un puntito artero al revolverse. Perera tuvo la brillante idea de no insistir ni apostar. Y la todavía más feliz idea de entrar a matar con corazón. También El Cid le pegó al primero una estocada de sombrero. De quitárselo.