Patrocinio de riesgo
Hoy en día la buena fama deportiva no se conquista en los campos
Actualizado: GuardarLa propaganda azulgrana ya ha logrado hacer que veamos un gol de Messi y nos pongamos a levitar. Hay un sector de la afición que se arrodilla devotamente cada vez que oye hablar a Guardiola, y para muchos chavales vestir la camiseta del Barcelona es lo mismo que abrazar una religión. Esta potente carga de electricidad espiritual no ha salido de la nada. Si la marca Barça se ha convertido en portadora de valores es porque una muchedumbre de aficionados, entre los que se cuentan seguidores de equipos rivales, consideran que efectivamente el Barça es más que un club. Y en prueba de ello, a la trabajada imagen de unos jugadores educados, humildes y cercanos añadió años atrás el patrocinio de la Unicef, lo cual le colocaba en un plano angelical por encima de las miserias del césped. Pero el logo de Unicef ha cambiado de emplazamiento en el atuendo de la plantilla. Lo han retirado del pecho para llevarlo a la parte inferior de la espalda, que es como pasar del honor a la vergüenza. El lugar preferente será ocupado ahora por la firma de la Qatar Foundation, una organización de apariencia filantrópica creada por el estado dictatorial de Catar como fachada publicitaria para lavar sus miserias ante el mundo. No parece haber importado mucho que los últimos informes de Amnistía Internacional sobre Catar sigan denunciando diversas vulneraciones de los derechos humanos, desde la vigencia de la pena de muerte hasta los latigazos de condena aplicados a gais y adúlteros. En el voto de la asamblea de compromisarios pudo más el argumento del dinero aportado por el nuevo patrocinador del club, una suma tan enorme que tal vez alcance para fichar un par de nuevas estrellas azulgranas.
Este pragmatismo es el correlato de una peculiar moral del fútbol que da por buena cualquier victoria aunque se consiga en el tiempo de descuento y por penalti injusto. Sin embargo, la retórica futbolera no se contenta con vivir de la épica y busca ampliar su campo de influencia a base de un lirismo humanitario no siempre convincente. Hoy en día la buena fama deportiva no se conquista en los campos, donde las goleadas solo sirven para imponer respeto a los rivales. Para ganarse a la afición y conquistar de paso los mercados de las televisiones y las camisetas es preciso labrarse una reputación a base de visitas a hospitales, cuestaciones benéficas, fotos con las peñas y firmas de autógrafos en las cárceles. Es probable que algunos cumplan esta agenda de mil amores, conscientes del deber de reintegrar a la gente una pequeña parte de las plusvalías obtenidas en el gran montaje. Para otros, en cambio, posar como buenos chicos es una parte del negocio. Y el negocio aconseja alargar la mano agarrando lo de Catar. Luego ya habrá ocasión de aparentar inquietudes sociales disfrazándose de rey Baltasar o absteniéndose de meterle el dedo en el ojo al rival como hacen los malos deportistas.