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Volker Kauder, líder del grupo parlamentario de la Unión (CDU/CSU). / Reuters
Crisis Financiera

Rescate griego: algo más que dinero

Papandreu entiende que no tiene más remedio que hacer lo que hace y que la historia patria se lo reconocerá cuando pase la crisis

ENRIQUE VÁZQUEZ
MADRIDActualizado:

La fotografía del encuentro Merkel-Papandreu en Berlín el martes dio la vuelta al mundo. Y se lo merecía: con un tono risueño y distendido, con ambas manos entrelazadas y un lenguaje gestual desinhibido (muy infrecuente en la recatada señora Merkel) parecían dos conmilitones que se ven en una fiesta, no en el funeral financiero y social que vive Grecia.

Pero el primer ministro griego estaba en Berlín (nunca se sabrá si a petición propia o convocado) para dar las últimas seguridades sobre la decisión de su gobierno sobre el programa de austeridad máxima y consolidación fiscal que pasa por privatizaciones sin tasa, despido de funcionarios, adelgazamiento de la administración, lucha contra el fraude fiscal y aumento de impuestos, el último el aplicado súbitamente sobre la propiedad inmobiliaria, que se cobrará simultáneamente con el próximo recibo de la luz.

Papandreu entiende que no tiene más remedio que hacer lo que hace y que la historia patria se lo reconocerá cuando pase la crisis que el ministro alemán de Hacienda, Wolfang Schäuble, estima en unos diez años, la década que Grecia deberá pasar en un régimen de ayuda financiera de sus pares de la UE a través del “Fondo Europeo de Estabilidad Financiera” aprobado hoy el parlamento alemán (523 síes, 85 noes y tres abstenciones) por un monto formalmente inalterable de 440.000 millones de euros.

Los dilemas de Berlín

Mientras los observadores políticos y los periodistas se afanaban en averiguar cuantos rebeldes de la coalición CDU-Liberales se habían opuesto, otras voces, volando un poco más alto, creían percibir complejidades de más calado en la decisión del gobierno alemán, que se mueve en un mar de contradicciones (su adhesión a la disciplina presupuestaria, la extendida convicción popular de que los vecinos mediterráneos anárquicos y manirrotos no merecen la ayuda y consideraciones estratégicas de valor general) y con buen criterio entiende mantener la crisis fuera del debate pre-electoral de vuelo bajo.

En efecto, volviendo a la foto del principio, la imagen habría sido imposible hace pocos meses, por ejemplo en febrero pasado, cuando el número dos del gobierno heleno y ministro de Exteriores, Theodoros Pangalos, arremetía contra el criterio alemán (el de entonces, embrionario y que se ha modificado desde entonces) de no malgastar el dinero de nuestros contribuyentes para ir en ayuda de quien no merece estar en un club distinguido de administradores competentes y políticos solventes alineados con los parámetros de la UE.

Pangalos, cuyos excesos verbales y francparleur son conocidos, recurrió a la artillería gruesa, recordó la invasión alemana de Grecia en la II Guerra Mundial, la entrada de las divisiones en Atenas en abril de 1941 y el saqueo a fondo por los nazis del Banco Nacional de Grecia, cuyo oro habría sido robado en su totalidad… y nunca devuelto. Una oleada anti-germana acompañó estas expresiones, replicadas por algunos medios alemanes (la revista “Focus” se lució al respecto) y un malestar cierto y por completo impensable entre socios de la Unión se instaló por algún tiempo.

En Berlín, sin histeria alguna en los medios oficiales, se advirtió en cambio un auge de los comentarios de naturaleza más teórica e intemporal, la anomalía de ver a la gran potencia económica europea y confundidora de la Unión metida en un áspero debate bilateral con un país medio como Grecia que recurría a la historia reciente para acusar a los alemanes de comportarse de modo insolidario y vengativo como si quisieran ganar retrospectivamente la guerra que perdieron. Se advirtió un conato de debate sobre las autolimitaciones de la política exterior y de seguridad de Alemania.

Pedagogía y normalidad

Inútil decir que oficialmente Berlín se comportó con solvencia táctica y altura de miras, atento a cómo juzgarían su conducta en la tormenta no solo los griegos, sino el resto de los europeos, porque pudieron ser detectados algunos atisbos de complacencia social con la versión de Pangalos que, de facto, establecía una especie de conexión entre la conducta de la RFA y la del III Reich, un disparate injusto que no duró más que lo que los medios ultranacionalistas pudieron, o sea, muy poco.

Dicho esto es verdad que la situación política y diplomática en el continente es irónica y poco explicable si se recurre a las herramientas del análisis que sirvió durante varias décadas a una Europa tan distinta hoy y que se basan en tres premisas inalterables: a) el pacto franco alemán y su expresión central en los acuerdos de Gaulle-Adenauer no solo sellaron la indispensable reconciliación franco-alemana sino que pusieron los fundamentos de lo que sería la UE; b) Alemania, entonces dividida pero reunificada con todo éxito y merecidamente en 1990, ya era un gigante económico, pero un enano militar que aún paga su ausencia del Consejo de Seguridad de la ONU en tanto que perdedora de la II Guerra Mundial; d) por razones obvias, las dos generaciones que se han hecho cargo del país tras la derrota de 1945 (Adenauder murió en 1967 a los 91 años y Merkel nació en 1954) han gobernado desde la condición alemana de país derrotado, inerme, cuya seguridad fue arrendada a los Estados Unidos (vía OTAN o directamente: aún hay armas nucleares tácticas norteamericanas en suelo alemán).

Todo esto latía tras el coloreado retrato de Pangalos, pero la verdad de la relación bilateral es la de la foto del martes, cuando Papandreu hizo humana, sonriente y extravertida a Angela Merkel, que hacía lo que debe y lo que más conviene a su país, la gran Alemania aún observada con alguna que otra lupa suspicaz. La Unión Europea fue hoy reforzada por el voto de un Bundestag que seguirá votando cuando haga falta porque el Fondo de Estabilidad Financiera nace para durar…