Sociedad

UNA PENA

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Le siguen llamando capital, aunque se aplique en muchas provincias del ancho mundo. Es una práctica extendida, cuya ventaja única es que no permite reincidentes. En 23 países se sigue matando a quienes matan, lo que iguala a los asesinos vocacionales con los defensores de la ley. La pena de muerte aplica lo mismo que reprueba y si alguien ha cometido la falta máxima, acabar con la existencia de un semejante, seguimos con el mismo tratamiento. EE UU es la única nación de América que conserva cuidadosamente ese código sin considerar que un solo error de los jueces, uno solo, justificaría su absolución. Amnistía Internacional, que lleva la cuenta, dice que el número de asesinatos legales ha disminuido algo en los dos años últimos: únicamente ha habido 46 personas ejecutadas en el país más avanzado del mundo. Algo es algo, sobre todo si se tiene en cuenta que hasta hace poco eran más.

El presidente Obama ha preferido no intervenir en el debate y su hermano de epidermis Troy Davis pasó a mejor vida declarando su inocencia, no sin antes pasar por «el corredor de la muerte», que es una espera que pertenece a la tortura, ya que mantiene la esperanza. Arthur Koestler y Albert Camus se esforzaron por convencernos de la inutilidad de asesinar a los asesinos. Nadie escarmienta en cabeza ajena, aunque esté separada del tronco. Contra las vocaciones decididas no se puede hacer nada mientras no cambien los dioses.

La eterna pregunta es qué puede hacer una sociedad civilizada, que no hay que confundir con una sociedad desarrollada, con alguien que viola y mata a una criatura reciente. Ya sé que estorba. Pero me niego a admitir la pena de muerte y no está en mi mano lograr que no hubiera venido al mundo. Ignoro si es más cruel esperar al enfermero que va a poner una inyección letal, no sin antes aplicarle agua oxigenada para que no se le infecte el pinchazo, o dejarle que se pudra en la cárcel.