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LA HOJA ROJA

ODIOSAS COMPARACIONES

El programa del Doce y sus similitudes con el de hace cien años ponen en bandeja el símil

YOLANDA VALLEJO
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La comparación es una de las primeras figuras literarias que uno aprende en la escuela. «Dientes como perlas» nos decían y a mí -que siempre fui más rápida de pensamiento, que de palabra u omisión- se me venía siempre a la cabeza aquel rosario que Juanito Valderrama se iba a hacer «con tus dientes de marfil», un asco, para qué decir otra cosa. También aprendíamos pronto a comparar en las entrañables clases de inglés de casapuerta que recibimos todos los niños de los años 80 -incapaces luego de articular palabra alguna en la lengua de la pérfida Albión-. Eso sí, supimos pronto escribir que «Peggy is as ugly as Mary», lo que nos sirvió, sobre todo, para reforzar el instinto comparativo que de forma innata nos sale. Primero comparamos, y luego decimos «las comparaciones son odiosas» como si esta jaculatoria nos librara de algún atisbo de culpa.

Así que a ninguno extraña que cualquier discurso político -y esta semana hemos tenido más que empacho, sobredosis- se articule siguiendo la preceptiva del símil. Como un barco, decía la ministra Sinde que era Cádiz -de originalidad también venía sobrada-, «un barco formado por casas, calles y plazas». Menos mal que nadie le habló del vapor y su hundimiento, porque hubiera afeado un poco la imagen bucólica que la ministra se empeñó en construir a partir de los Arbertis y esa metáfora del mar escondido entre las paredes de las casas. Un discurso aburrido y cansino, la verdad. Y manido. Le faltó decir que Cádiz volviera a ser Cádiz, algo que sin embargo, hubiera sido lo más apropiado en el entorno de la casa Pinillos recién inaugurada y bendecida como si fuera el remedio para todos los males de esta ciudad. Porque, no me lo negará, lo de la casa Pinillos ha sido como lo de la caja de Pandora -ve como lo de la comparación nos delata- pero al revés. Al abrirla han desaparecido por completo los malos rollos, los derrotismos, las críticas. Por primera vez -y ya era hora- todo el mundo está de acuerdo y contento. La que más, Yolanda Peinado, que hacía tiempo que no nos deleitaba con alguna ambrosía de las suyas «calladamente, estoy disfrutando mucho» dijo en la inauguración de la exposición 'Cádiz, la ciudad entre dos siglos (1895-1950)' una muestra de la colección fotográfica de Ramón Muñoz que fue adquirida por la Consejería de Cultura en 2009 y que queda un poco deslucida -todo hay que decirlo- en el magnífico entorno recién rehabilitado. No se la pierdan, de todos modos. Si pueden. Porque eso sí, anuncian a bombo y platillo que se abre la casa para todos los gaditanos, para que usted pueda ir allí y decir «Oooohhhhh», pero no mucho. Hasta el sábado que viene, sólo por la mañana y luego -previa cita- de miércoles a domingo, con cuentagotas. Imagino que a eso se refería la delegada de Cultura cuando decía que «habrá que ir con pasos medidos». Quizá.

Lo que sí es cierto es que a seis meses mal contados del Bicentenario hay que apretar aceleradores y llamar a todas las puertas. La carrera ha empezado, y se nota. Porque si esta semana amanecía con los cañones magníficamente restaurados y listos para ser colocados donde Dios le de a entender al director general de Museos de Andalucía -al parecer, se barajan varias posibilidades de ubicación, la firma del convenio entre la Junta y el Obispado ha puesto sobre la mesa el primer plato de este festín, el definitivo centro de interpretación «de referencia mundial» y «con un discurso museográfico de primer orden» -dicen- y alguno de los actos que se celebrarán en el restaurado Oratorio de San Felipe -un Tedeum, una muestra de arte sacro y el Simposio de Historia Eclesiástica-. No está mal. Si con esto es con lo que Menacho piensa que Cádiz se va a convertir «en el centro del mundo a lo largo de 2012», será porque lo único que ya nos queda es encomendarnos a los santos.

Dicen las crónicas que la intervención del consejero de Gobernación y Justicia tuvo un mensaje de esperanza para la provincia. También lo tenían las arengas de Blacamán el de García Márquez, el que «le daba vueltas a la gramática buscando el mejor modo de convencer al mundo». Porque en el fondo, no es más que eso. Darle la vuelta a la realidad cambiando el orden de las palabras, o su significado «Tenemos tiempo» -dijo Menacho- «lo saben los dirigentes de otras provincias, que envidian la oportunidad que tenemos en Cádiz». ¿Tiempo? ¿envidia? ¿oportunidad? Y luego, la comparación de rigor que guarda la ropa de todo discurso desnudo «El partido hay que jugarlo. Pero no adelantemos acontecimientos, que no hemos salido al campo», en alusión a las dos convocatorias electorales que tenemos por delante y que han sido, nos guste o no, la gota que colma las tres tazas de caldo -¿no queríais caldo?- que nos han obligado a tomar.

En fin. Que si la «lucidez» de la que ha hecho gala Menacho durante toda la semana nos hubiera iluminado antes habríamos utilizado el tiempo para rectificar y no para lamentarnos «ha sido un error la fórmula de organización del Bicentenario» ha declarado el presidente del Consorcio. A buenas horas, mangas verdes. Eso lo sabía todo el mundo, hasta los que no se han enterado todavía -que los hay- de qué va esto. Pero en fin. A seis meses del 19 de marzo -fiesta, por fín- se sabe con seguridad que tendremos las campanadas de fin de año, el sorteo de lotería del Niño desde el Falla, una veintena de exposiciones, cuarenta congresos, varios conciertos, pasacalles, el estreno de Estado de sitio a cargo del CAT -«oh, cielos qué horror», que le decía el triste Tristón a Leoncio León- y un nacimiento de figuras gigantes traídas desde Hispanoamérica. Los anuncios de la tele, un programa que potencie la promoción del Bicentenario en los colegios -certamen escolar se llamaba hace cien años y también se hizo-, un juego didáctico para los niños, el Tedeum. ¿Qué más se puede decir? Pues eso, que haga usted la comparación, que se lo han puesto en bandeja.