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HABLANDO CLARO

Merced, siempre

ENRIQUE V. DE MORA QUIRÓS
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Amanecerá el día con esa quietud amable del recién nacido otoño, en esta fecha de transición donde todavía apuntan calores y baños por las playas, y aun estarán lejos las tardes cortas y los primeros avisos de abrigo. Sábado este de Amor a la Virgen, donde la ciudad no marca un día laborable con el rojo color almanaqueño de las fiestas, pero hace sabatina de fervor el estar junto a Ella. La Basílica tendrá desde temprano ese ajetreo del ir y venir de tanta gente, familias enteras que vuelven a postrarse a las plantas de Aquella que en los rigores y en la adversidad nunca abandonó a su pueblo. Por las casas donde la devoción se perpetuó de generación en generación, volverán a abrirse por última vez, antes de que llegue otro septiembre mediando el calendario, los viejos libritos arrugados de manos y años, donde se desgrana la Novena a la Merced, y volverán a leerse las historias y milagros que la devoción recogió para perpetua memoria contra los olvidos. Una memoria histórica que no sabe de odios ni rencores, sino de paz, rezos y esperanza junto al camarín de la que es la Omnipotencia Suplicante. En su paso, junto a su pueblo, el olor a nardos se hará santo y seña de la jornada, un olor que bañará en su aroma de pureza a todos, sin distinción de clase y condición. Y allí estarán las generaciones junto a sus plantas: los apellidos bodegueros, las familias del campo y el cortijo, señores y labriegos, gentes del agro que miran al cielo cuando la coyuntura huele a ruina o tragedia, para invocar Su Nombre como una jaculatoria que conjure plagas y sequías, lluvias torrenciales o granizo destructor, heladas intempestivas o torrentes desbocados. Porque de nuevo el invierno se dibuja en el horizonte, y el otoño aparece de recién llegado para cerrar ciclos de vendimia y abrir otros nuevos a la campiña y los cultivos. Y Ella seguirá, como siempre, en los mosaicos y en las estampas de las casas, de los pisos, de las calles, de las dehesas y almijares. Ella, Merced, morena Patrona que todo lo escucha y lo eleva, nardo de pureza en su negro color. Y en la tarde, a las siete, junto a la gente que hace ya diez septiembres que la llevan sobre sus hombros, diez septiembres costaleros bajo sus andas, como diez flores de plata para la plata de su paso. Diez Avemarías para dos cuadrillas, la alta y la baja, que vuelven al amor de sus trabajaderas para gritar tres vivas cuando, ya de noche, vuelva el paso a la Basílica en olor de oraciones y lágrimas.