Perera revienta un gran toro en Logroño
LOGROÑO.Actualizado:Tres toros negros y tres castaños. Del hierro de Juan Pedro Domecq. Mejor los negros. No se sabe si los lotes se habían abierto en función de las pintas. Estaban repartidos. Corrida bastante pareja: por alto, la desigualaba el sexto, de hechuras distintas a las de los demás. Algo degollado, cuello flexible y agaitado, más cargado de culata sin dejar de ser, como los demás, un toro sacudido. Astifinos los seis. Y finos de cabos. Hay toros que parecen tener las pezuñas de porcelana. Estos mismos.
El sexto fue el toro de la corrida. No completo: no quiso caballo ni apenas sangró, pero se vino arriba en la muleta.
Sostenida embestida rampante, duración exagerada. ¿Sesenta muletazos? Por una mano y otra, de largo y en corto, en los medios sin rechistar. Sin negarse. Mayúscula nobleza: docilidad. Y, además, son bueno al estirarse, al ir hacia adelante. Todo lo que le hizo Perera, que acabaron siendo muchas cosas, le convino al toro, que fue de partida algo frío. Dos lances y media a pies juntos de Perera tras un tanteo.
Apuesta clásica del repertorio de Perera: cite de largo, desde el platillo, y el toro a galope desde un burladero; el cambiado por la espalda, de gran ajuste, y, en el viaje de vuelta, otro por alto a pies juntos, y otro cambiado cono el primero, y la misma repetición, un cambio de mano por detrás y dos de pecho. No se le movió a Perera ni una pestaña.
La quietud en el encaje, algo severa pero no rígida, vino a ser regla de oro de la faena. Tras el prólogo tan de trueno, una segunda tanda en distancia y en redondo, pero ya por abajo: cinco ligados y el de pecho; y luego otra casi idéntica; y otra más. El toro se venía en armónico galope y Perera le sacaba los brazos, lo soltaba y lo volvía a traer. Una improvisación: un cite frontal pero despatarrado, que fue el anuncio, previsto, de que Perera iba a meterse en ese túnel de toreo de trenzas sin distancia ni cortes de fluido con que tanto le gusta prodigarse. En ese terreno es donde mejor respira Perera y no donde mejor gobierna los toros, pero casi.
Este se le había ido de las manos una vez y al cabo de esas cinco o seis series tan de emplearse parecía visto para sentencia. Pues no. Perera dejó al toro en los medios, se vino a las rayas, se entendió que iba a cambiar de espada y de repente cambió de idea.
Vuelta al tajo. Lo estaba esperando, en el mejor sentido de la palabra, el toro. Dócil, dulcemente. El pase de las flores, una tanda a muleta vuelta y, sin pausas, la guinda no tan prevista de una trenza de roblesinas y circulares enhebrados en espiral casi agobiante porque entonces parecía el toreo como un carrusel. Sin tirones ni prisas. Muletazos poderosos, embestidas sensibles.
Costaba adivinar si Perera pasaría con la espada. No había cruzado con el tercero -media delantera y apurada- y a este sexto, con la plaza tan volcada, no habría más remedio que matarlo en los medios, donde la faena entera. Una tanda de manoletinas o valencianas. A Perera no se le fue ni la uña de un pie. Había sonado un aviso antes de llegar igualarse el toro de manos y hubo quien se molestó.
Una estocada clásica: en corto y por derecho. Rodó el toro. Dos orejas. ¿Faltó algo? Una tanda con la izquierda bien tirada.
Se fue la gente de la plaza saciada. Solo que con el quinto, picado con tiento, arte y valor por José Antonio Barroso, y un toro frágil que tendía por eso a reponer, no pudo redondear ni cuadrar tarde Manzanares, que era el nombre fuerte del cartel.