Prodigios
Actualizado:Rendirse ante los primores de los prodigios, es saludable. Permite evidenciar las limitaciones del conocimiento humano, proclive a la soberbia propia del ignorante, incitando a seguir investigando con ahínco, humildemente, en los hechizos del desconocimiento. En mi caso, intento interpretar las hormas legislativas de la física cuántica desde los linderos de la filosofía, sutil demarcación, buscando consuelo en ella para interpretar los prodigios que he contemplado, vivido de cerca, en las Californias o en otros parajes.
En el jardín de nuestra casa en Ensenada, México, he fotografiado a colibríes, difícil y paciente empeño, ya que «inmovilizar» unas minúsculas alitas que giran más de doscientas veces por segundo, tiene mandanga. Estando en ello, percibí que en ese mundo fragilísimo existen especialistas, uno para cada tipo de flor, dotados por ello de distintos tipos de pico, auténticas herramientas de diseño. Consulté a un ornitólogo y me explicó que los colibríes co-evolucionan con las flores. Van adaptando sus picos a sus silentes mutaciones. Existen, pues, tantos tipos de picos como de flores, adecuados cada uno de ellos, evolutivamente, a sus arquitecturas y exigencias reproductivas respectivas.
He acariciado ballenas grises en la somera Bahía de Ojo de Liebre, en California Sur, viendo a sus ballenatos rezongar mientas maman. Las ballenas grises paren allí, tras un misterioso periplo gigantesco, y las jorobadas, en el Mar de Cortés, en el Estrecho de Ballenas, frente a Bahía de los Ángeles. He estado en Michoacán, viendo llegar a las mariposas Monarca, ejercicio milagroso de navegación desde las Montañas Rocosas, como he estado en San Juan de Capistrano contemplando embobado la puntual llegada, el 19 de marzo, a miríadas de golondrinas, fieles al santo y al legado de Fray Junípero, como si tuvieran un GPS cronométrico zurcido a sus silbos. He visto florecer en Madagascar a los baobabs, todos a la vez un mismo y puntual día, durando ese prodigio sólo unas horas. También he visto eclosionar a nuestros inmensos parterres de alcatraces, la cala mexicana, en empastado y albo canto, para clamar por la reencarnación del México amerindio de Rivera, hoy mistificado.
No me duelen prendas, al contrario, al reconocer que mi ignorancia universal y puntual me impiden entender estos prodigios, estos portentos normativos, aliviado por la trémula emoción de contemplarlos. Tampoco me duelen prendas para opinar que nuestro profundo desconocimiento del prodigio del alma humana y sus recursos, nos condena a no encontrar vías para dejar de seguir existiendo como macacos estultos armados, incapaces de encontrar soluciones a sistémicas crisis que nosotros mismos hemos generado.