La bondad
Actualizado: GuardarProbablemente usted esboce una sonrisa cuando lea que es eso, bondad, lo que echo de menos en la política española. No sé cuál es la razón de que la bondad tenga entre nosotros tan poca importancia. Desde luego está por debajo de otras características humanas: victoria, derrota, envidia, mentira… Todo eso lo encontramos antes que la bondad entendida como lo que es, la natural inclinación a hacer el bien. La bondad es algo tan sencillo y recomendable como la amabilidad de una persona con respecto a otra. Y es lo que ayer eché de menos en el último cara a cara entre Zapatero y Rajoy. Después de ocho años de enfrentamientos, algunos muy desagradables, los dos han cerrado su confrontación sin haber hecho gala de un poco de generosidad. Son adversarios, de modo que en lo político no pueden desearse suerte. Sí, digo bien, son adversarios pero se han ido del último encuentro como si fueran enemigos, incapaces de desearse suerte, sin la generosidad de darse la mano. Esa foto en el hemiciclo no la veremos. Alguien cree que Rajoy hubiera perdido votos si al terminar de hablar Zapatero, y mientras los diputados socialistas le aplaudían en pie, él sale de su escaño, va al de Zapatero y le da mano. Ese gesto de bondad solo hubiera hecho más grande a Rajoy, ahora que él está predestinado a gobernar y Zapatero a irse con más pena que gloria. Si Rajoy leyera a Aristóteles –cuándo nos gobernará alguien que acuda a los clásicos de vez en cuando–, sabría que a lo largo de toda su obra repite continuamente este pensamiento: un Estado está mejor gobernado por un hombre bueno que por una buena ley.
Tengo debilidad por un cuadro de Velázquez: ‘La rendición de Breda’. Es exactamente una rendición. En el centro del cuadro, Justino de Nassau aparece con las llaves en la mano y hace ademán de arrodillarse al tiempo que el victorioso general Ambrosio Spínola impide esa humillación. Nadie está por encima de otro si no hace más que otro, nos dice Cervantes en el Quijote, libro que perfectamente pudo leer Velázquez. Rajoy va a ganar, Zapatero ya ha perdido. En realidad está perdiendo desde hace tiempo. Pero no han leído a Aristóteles y seguramente van poco al Prado a ver ese cuadro en el que me detengo siempre y me cuesta contener la emoción. Es imposible no entender la gran lección de Velázquez. Imposible no detenerse en que está ausente todo gesto de prepotencia y soberbia en el general victorioso, como tampoco hay humillación y pena en el derrotado Nassau. Cuando me pongo enfrente del gran cuadro pienso que hubo un tiempo no tan lejano en que los hombres tras la batalla recuperaban una de las cualidades más rabiosamente humanas, la bondad. Y, ya sé amigo lector, que soy un ingenuo por esperar que nos gobiernen políticos que además de honrados sean buenos. Qué le voy a hacer. Uno, que es así.