Enseñanza coreana
Actualizado: GuardarEs paradójico que, en estos momentos en que la enseñanza está sufriendo una crisis por los recortes de sus presupuestos en muchas comunidades autónomas, casi todos los políticos hablen de mejorar la calidad de la enseñanza. Si nos atenemos al informe PISA, tanto en Corea del Sur como en Finlandia (por ese orden, los países que mejores resultados han obtenido) los profesores tienen un prestigio excepcional, muy por encima de la mayoría de otros colectivos. En España no ocurre lo mismo, los valores del conocimiento, el trabajo intelectual y la formación no son sinónimo de éxito social. Se admira más a un futbolista o cualquier otro deportista profesional que a un científico o un catedrático de la Universidad. La mayor parte de la gente percibe que para poder escalar socialmente no se necesitan grandes conocimientos, basta con salir en la tele, bien por ser político, deportista o por acostarse con alguien famoso y aparecer en la prensa rosa. Precisamente por esa falta de valores, la opinión pública española está mayoritariamente a favor de que los profesores trabajen más horas. No perciben que cuanto peores sean las condiciones de trabajo de los enseñantes menos personas querrán acceder a esa profesión, desmotivando a los mejores, y, por consiguiente, bajará en la misma medida la calidad de la enseñanza.
La educación, entre otras funciones, debe preparar para acceder al mercado de trabajo. Los coreanos, parten del siguiente axioma: si el mercado de trabajo es competitivo, la escuela también lo debe ser. Los niños coreanos, aparte de sus clases en el sistema público, reciben bastantes horas de clases particulares, en jornadas agotadoras, para obtener una mejor preparación. Los padres están dispuestos a destinar una gran proporción de sus recursos para que sus hijos tengan los máximos conocimientos, con la idea de que la formación es la mejor manera de escalar socialmente. Allí, los profesores de elite también van a las escuelas más desfavorecidas, como remedio y fórmula de equilibrar las desigualdades entre centros. Nadie cuestiona la autoridad del profesor, hasta el extremo inconcebible de que éste puede castigar físicamente al alumno. Dejando a un lado los excesos comentados, tenemos que aprender mucho de este sistema de un país que hasta hace poco lo considerábamos bananero.