opinión

Maestros, frailes y profes

Ahora la semana de los enseñantes tiene 18 horas pero el fracaso escolar deja a muchos en el camino

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

A los malos estudiantes de bachillerato que se distraían en las últimas filas y juntaban al final de la semana una bonita colección de aquellos suspensos del siglo pasado les amenazaban con el Instituto. ¡Vas a ir al Instituto¡ tronaba el padre esgrimiendo las malas notas en dirección al temible destino laico, allí donde no había que ir a misa, ni apuntarse a la Congregación, ni cantar ‘Con flores a María’ pero los profesores eran duros y distantes, las aulas glaciales y severas y, además, la mayoría no tenían patio. Había que ser un héroe, un figura, un superhombre, para estudiar en el ‘Insti’ y no morir en el intento. En aquellos tiempos las familias aspiraban a eludir la escuela pública y ahorraban peseta a peseta para enviar a los hijos a colegios de pago. No al francés, o al británico, ni al americano. El abanico era otro: Maristas, La Salle, Dominicas, Ursulinas, Salesianos, Jesuitas, que solo se distinguían por el hábito y la historia más o menos épica de sus fundadores.

Por todas partes brotaban como setas los colegios privados administrados por hermanos con babero ante el vacío clamoroso de una escuela pública arrasada por la pobreza, la posguerra y la indolencia. Luego estaba la opción del seminario, una fórmula un tanto arriesgada de garantizar para los hijos de familias humildes una educación de nivel con una gran relación precio-calidad... Arriesgada porque junto al latín y al francés, la geografía, la historia y la filosofía, el internado incluía cursos intensivos de gregoriano, misas al alba, oficios al atardecer, salves, consagraciones y vía crucis interminables. Era un camino que podía terminar en la casa parroquial o en las misiones de Angola en lugar de un empleo en la caja de ahorros provincial y que entretanto se movía entre casullas, campos de fútbol de tierra, sabañones y duchas de agua fría. Un alto precio por una educación. Pero muchos lo pagaron. Y se hicieron doctores pero también inmunes al cierzo de los inviernos mesetarios, alérgicos a las patatas con bacalao y nostálgicos del pan de hogaza con chocolate. Un chocolate con textura a tierra de camposanto y sabor a despensa cerrada que hoy Ferrán Adriá habría transformado en un exótico manjar destilando en su sifón las migas, el sucedáneo de cacao y la leche en polvo. Con el nombre de: ‘la merienda de los frailes’ habría sido un exitazo en la carta de El Bulli. Pero al final del camino empinado donde sucumbía muchos zapatos ‘Gorila’ se abría paso el conocimiento y aquellas generaciones sacaron al país de la postración de la guerra ayudados por maestros que utilizaban la misma americana curso tras curso, frailes que no contaban las horas y curas de la España profunda que quitaron el polvo de la dehesa a tantos críos con el campo en la cara. Ahora la semana de los profes tiene 18 horas pero el fracaso escolar deja a muchos en el camino mientras los pudientes se fugan al un colegio extranjero.