Maleducados para siempre
Los recortes, frontales o disimulados, harán crónicas unas carencias de consecuencias trágicas: las de la educación pública
Actualizado: GuardarSi cuando éramos ricos sin saber y nos endeudábamos sin cesar fuimos incapaces de mejorar, da verdadero miedo pronosticar qué seremos capaces de hacer ahora, con los ingresos derrumbados, el paro enquistado y los nervios colectivos de punta. Si cuando éramos felices mileuristas entrampados por hipotecas abusivas, que nadie nos obligó a pedir y todos nos animaron a firmar, cargados de tarjetas de crédito alucinógenas, no encontramos tiempo ni espacio ni calderilla para mejorar el sistema educativo público... Qué será de nosotros ahora.
Durante esos diez años del presunto boom, que sólo vieron algunos y creímos ver todos, en España jamás encontramos la calma y el acuerdo para poner cimientos de estabilidad y eficiencia al sistema público de enseñanza. Sería un desperdicio de letras y líneas recordar las estadísticas que pueden encontrar en cualquier parte y las sensaciones que les resultará fácil recordar.
Desde 1996 a 2008, una retahíla de cambios constantes, aquella Logse y otros hallazgos, para ver que lo único que crecía, torcido como Pisa, que da nombre al informe internacional, era la irresponsabilidad ignorante de los padres, el fracaso escolar y el abandono precoz del sistema. Una brecha inmensa entre un número, nunca mayor, de universitarios y un gran grupo de cuasianalfabetos prácticos. Entre medias, unos índices paupérrimos de éxito en enseñanzas medias y un eterno suspenso en formación profesional.
Todo eso es lo que hemos construido como sistema educativo público, al menos por aquí, durante los años en los que nos fue bien (dicen). Así que pensar en lo que vendrá ahora provoca temblores. La caza al sindicalista, al rojo, al discrepante, al funcionario y al improductivo (los cazadores están exentos de examen) contribuye de forma indirecta, como de estrangis, al descrédito del profesorado. Del «tienes más vacaciones que un maestro», como chascarrillo burdo, se ha pasado a exigir que trabajen más, como sea, porque sí, a compararlos con todos los funcionarios, hasta con Iker Casillas, y a pedirles los que las nuevas generaciones de progenitores evitan a toda costa: estar un rato más con sus niños.
La inestabilidad de los programas, el fracaso de los modelos buenistas y el desprestigio docente han educado ya a una generación de padres que abochornarían a sus hijos si pudieran azorarse pero lo peor, como en el mercado laboral, es la desesperanza (sin ironía).
Los recortes, frontales o disimulados, ya están aquí. Perpetuarán las carencias. El descenso, incluso la congelación, del número de interinos -siquiera vistos como auxiliares- y la menor dotación material, ya se dejan sentir, nos lo cuenten o no. Y en una asignatura en la que acumulamos tanto retraso, incluso la falta de crecimiento en el gasto (inversión), incluso sin que el número de docentes descienda ya es un gran atraso. Porque necesitamos refuerzos. Muchos. Estabilidad, sensatez. A espuertas. Por vía intravenosa, durante años consecutivos, sin caprichosos cambios para que cada partido marque territorio ideológico.
En Cádiz, ya hay 1.200 más alumnos en centros concertados que en colegios públicos. Es el resultado de una huida masiva en la que influyen muchos prejuicios, pose social y pamplineo pero también carencias y temores. En ese escenario de debilidad, de abandono de los centros que necesitan los más débiles, estamos.
Y ahora, de pronto, un día, camino del cole, nos dicen por la radio que ahora es cuando empieza realmente lo peor.