UNOS CRÍAN LA FAMA
Actualizado: GuardarLa Universidad de Virginia se postula como firme candidata a los Ig Nobel -galardones que la revista humorística Annals of Improbable Research (AIR) concede desde 1991 a los estudios más insólitos del año- de esta edición, por su inestimable contribución a la demencia colectiva y al dispendio gracias a sus estudios sobre los usos y costumbres de los niños que ven Bob Esponja. Ya lo sabe usted, porque ha sido la noticia de la semana. Por encima de la crisis, de la bolsa y hasta de la Selectividad -que sigue siendo portada de periódicos- los estudios de la doctora Angeline Lillard y del doctor Dimitri Christakis, que deben ser algo así como el doctor Grijandemor del nunca bien ponderado Chiquito de la Calzada -cuánta razón tenía con lo del concejal de Cuenca y qué poco lo creímos- han protagonizado horas y horas de tertulias televisivas y páginas y páginas de prensa escrita demostrando, una vez más, la eficacia o la eficiencia de la investigación científica de este planeta. Porque si llega a demostrar que efectivamente la estúpida esponja que vive en la piña en el fondo del mar y sus absurdos amiguitos son tan perjudiciales para la salud mental de nuestros hijos -que hasta pueden desencadenar epilepsias y trastornos en el aprendizaje y en el comportamiento-, comprenderé por qué estamos medio tarados en esta sociedad en la que hemos pasado de los documentales de animales en el Serenguetti a la fauna de Telecinco sin hacer ni una sola parada en el camino.
No es nada nuevo, dicen. Tenemos la televisión que nos merecemos y la que demandamos, porque nada mejor que una pantalla -ya lo hizo Platón, en la Caverna- para que la realidad se filtre. No somos como creemos, es cierto, sino como nos ven los demás o como los demás creen que nos ven, que no sé yo muy bien dónde empieza una cosa y acaba otra o al revés. En fin. Los Austrias -aquellos reyes de vista perdida y mente distraída que se recuerdan fundamentalmente por haber llevado a cabo distintos estudios contrastados sobre la degeneración de la especie- se rodeaban de enanos, bufones, cuentistas, escogidos mediante una dura selección de ingenios y prodigios para calmar así sus dolores de conciencia y poder reinar -nunca mejor dicho- con la dignidad del tuerto en el país de los ciegos. Tampoco en eso hemos cambiado, porque la televisión -y eso que nos dijeron que era un servicio público- se ha convertido en un auténtica corte de los milagros. Y no, no me refiero a la cadena de Paolo Vasile donde proliferan desde hace mucho los enanos, los bufones y hasta los nietos bastardos de aquellos Austria, me refiero a ese rosario de mundos que con solo apretar un botón nos demuestran que, efecfivamente, no somos como creemos, sino como nos ven los demás.
Quizá usted también los ha visto, porque pasa en esto como en lo de la mentira repetida mil veces, que termina por ser verdad. Nos creemos simpáticos, sanos ingeniosos, pero somos como esas pandillas de bingueras que nos saludan desde la Caleta al ritmo de Ola, Ola y así. Aquí estamos -dicen- porque en Cádiz hay mucha gracia. Abren la herida y hurgan hasta que sale la pus y luego nos lamentamos porque no hay quien nos cure las llagas. 'Este es mi barrio' es un docu-reality -así se definen en su declaración de intenciones- de la Sexta, al más puro estilo Callejeros, que «pretende dar a conocer los barrios más emblemáticos de España». Nada que añadir. De Cádiz, como imaginará, La Viña y el Pópulo, con una malévola variante. El programa compara continuamente maneras y actitudes de dos ciudades. La Viña, con el eje financiero de Madrid, el Pópulo con el centro de Burgos, algo que, en principio, solo sirve para constatar que en todas partes se cuecen frikis, pero que no deja de ser un indicador para aplicar lo del refrán «con quien te vi, te comparé». Y puestos a comparar, salimos siempre perdiendo.
El Pópulo, de la mano de Tony Rodríguez -¿por qué dejaría el burguer?- haciendo chistes y de Antonio Gallardo -¿por qué cecea tanto?-, diciendo más de lo mismo, que aquí trabaja uno y miran cinco, que el teatro romano «es muy antiguo» -normal, es romano-. Luego, unas vistas de la Alameda -sí, de la Alameda- y Kaki, un superviviente en activo, diciendo «Este es el Pópulo, mi barrio» mientras nos enseñaba cómo José Mari en Isabel la Católica -Pópulo- no tiene clientas «las mujeres son muy pesadas. ofú». Lo demás, imagínese, Loli charlando con su Cristo de la Amistad, el Pay-Pay como si el tiempo no hubiera pasado, con unas jóvenes haciendo danza del vientre y la sagaz reportera diciendo «esto es típico de este local, destapaditas». Y en La Viña, lo de siempre, «la cuna de las tortitas de camarones», unas Erasmus tostándose en la Caleta, el Manteca, el Mercado -sí, el mercado-, los churros, los chicharrones de Curro y unas señoras que hacían profesión de fe entre gritos y palmetazos «viñera, hasta el hueso», «con salero, grasia y to». En fin. Que si Bob Esponja altera los ánimos, no le cuento más.
Siempre tiene la opción de volver sus ojos misericordiosos a la cadena local, esa en la que todo es tan perfecto -todo es un éxito, todo es maravilloso, todo es de gran calidad, todo resulta empalagoso- que parece Pleasureville, donde el fútbol, el Carnaval y la Semana Santa se encargan de que nada se escape a la improvisación, ni a la crítica. Una cadena donde somos cultos, guapos, emprendedores, serios y hasta cosmopolitas. Todavía me acuerdo del contubernio judeomasónico de Callejeros y de cómo nadie se reconocía en aquellos sesenta minutos en los que se nos cayó la venda de los ojos y nos vimos tal y como nos ven los demás. Los más chuflas del planeta, los graciosos oficiales. Tan oficiales y tan graciosos que hasta la nueva serie de Telecinco, Cheers, se adorna con la bandera del Cádiz. La fama cuesta, decía una profesora de Fama. La nuestra, además, pesa.