Una juez más allá de la socarronería
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Ángela María Murillo Bordallo, la presidenta del tribunal que condenó a Otegi y Díez Usabiaga, es conocida por sus poco ortodoxos comentarios en los juicios y sus frases desabridas con los acusados. No en vano el pasado febrero el Tribunal Supremo llegó al extremo de anular la anterior sentencia de su sala contra el exlíder de Batasuna por entender que el tribunal tenía prejuicios y, particularmente, porque Murillo no había sido «imparcial» con el procesado. De aquel juicio, en el que Otegi se sentaba en el banquillo acusado de exaltación del terrorismo en un homenaje a un etarra, son las famosas frases al exportavoz de Batasuna de «¡A mí como si bebe vino!» o «¡Ya sabía yo que no me iba contestar a si condena la violencia!» o la de «¡La Sala no ha entendido ni papa!».
Su naturalidad castúa, es natural de la localidad pacense de Almendralejo, también brotó en el juicio de Bateragune cuando espetó a la procesada Miriam Zabaleta si «un tiro en la nuca a seres inocentes es violencia política». Pero más allá de exabruptos, el currículum judicial de Murillo es abultado. En abril de 2008 se convirtió en la primera mujer en presidir una sección de la Sala de lo Penal, la Cuarta, de la Audiencia Nacional. A principios de los noventa también fue la primera mujer en convertirse en magistrado en el tribunal de la calle Génova. De su puño y letra son sentencias históricas contra el narcotráfico como la de los casos Nécora, Charlín o Temple, además de haber participado con mano dura en otros importantes fallos contra trama corruptas policiales -caso Ucifa-, Al-Qaida o el juicio de EKIN, el brazo político de ETA, durante el que falleció el que había sido su compañero durante muchos años.
Juez desde 1980, soltera y sin hijos, ejerció en San Sebastián y en Valencia, antes de ser inspectora del Consejo General del Poder Judicial y antes de llegar a la Audiencia Nacional. Solo unos años después de desembarcar en el tribunal de la calle Génova, en 1997, se descubrieron los planes de ETA para matarla en una cafetería cercana a los juzgados donde cada mañana desayunaba.