Un primer acto llamado Erdogan
MADRID Actualizado: GuardarDe haber querido, el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, habría podido entrevistarse en Trípoli con el diplomático norteamericano de más alto rango, quien había puesto pie en la capital libia en los días de la posguerra: Jeffrey Feltman, vicesecretario de Estado para Oriente Medio, buscaba, como todo el mundo, ciertas garantías sobre cómo organizarán los vencedores su victoria sobre el régimen de Gadafi que, aunque resiste, se da por segura.
Feltmann, un antiguo embajador en Beirut de la escuela directa, intervencionista y desinhibida, por completo alineado con una parte (la pro-norteamericana de Saad Hariri) en el agitado escenario político nacional, no debe apreciar mucho el activismo diplomático y un punto didáctico del líder turco. Motivado por la crisis con Israel a cuenta del episodio de la “flotilla de la libertad” y la muerte de once civiles turcos a manos israelíes, el primer ministro está exprimiendo el jugo de su popularidad en la sociedad árabe.
El lunes y martes los dedicó a Egipto, el gran país del mundo árabe, también en una crisis bilateral con Israel (seis soldados egipcios muertos por israelíes en territorio egipcio a finales de agosto) donde había encontrado desde que llegó al aeropuerto una recepción infrecuente en estos asuntos: unos tres mil ciudadanos, con una presencia islamista considerable, le recibieron como a un héroe y, de hecho, enviaron un mensaje a su propio gobierno para que imite al de Turquía en su relación con Israel (expulsión del embajador y cancelación de toda relación militar).
La autocontención profesional
En la emoción suscitada en Ankara en el marco de la casi ruptura con Israel y las palabras fuertes allí oídas, incluidas frases con regusto bélico y crudas definiciones (“ya es hora de que Israel pague por sus actos”, o “Israel es el niño mimado de Occidente”) se supuso que la visita a Egipto, prevista antes de la crisis, iba a ser, entre otras cosas, un baño de multitudes y se escribió que Erdogan pasaría a Gaza y que hablaría a la multitud en la Plaza Tahrir, el escenario emblemático de la revuelta popular que acabó con el régimen del general Mubarak.
Ninguna de las dos cosas ocurrió. Y, en realidad, nunca estuvieron en el programa: para decepción de algunos medios el influyente ministro turco de Exteriores y cerebro de la política exterior y de seguridad nacional, Ahmet Davutoglu, aclaró varios días antes de emprender el viaje que la visita al territorio palestino controlado por Hamas no estaba en el programa y que lo demás estaba siendo acordado, como es de rigor, con los anfitriones.
Los observadores finos, como los que escriben en “Al Ahram Online” sabían de sobra que al mariscal Tantaui, presidente del gobierno militar interino y jefe de Estado de facto, le hacía poca gracia lo de Tahrir Square y no hizo falta insistir. La autocontención profesional del dúo Erdogan-Davutoglu, que también tenía un ojo puesto en Washington, funcionó y el programa fue finalmente más convencional y clásico de lo previsto.
Libia y Túnez
Con Libia las cosas son ambiental y políticamente distintas… porque en el conflicto nacional, el gobierno turco estuvo mucho más cauteloso y prudente y no dudó en criticar la decisión de la ONU en autorizar una intervención militar (resolución 1973 del Consejo de Seguridad, de 17 de marzo) desde el clásico criterio de no mezclarse en asuntos internos de otros y de insistir en una petición a los beligerantes en pro de una solución pactada…. Y lo mismo hicieron en Ankara en relación con su vecino sirio: pedir tiempo para que al-Assad pudiera negociar reformas democráticas con la oposición.
Es sabido que no sirvió en un sitio ni en otro. Y, pragmática y realista, la diplomacia empezó a girar en los dos casos. Davutoglu, quien se había quemado en un viaje a Damasco con una propuesta global y un calendario que compraba tiempo para el gobierno sirio, terminó por tirar la toalla y el presidente Gül algo más: “hemos perdido la confianza en Siria”. Con los libios no fueron precisas tantas precisiones: cuando Gadafi probó que no negociaría nada arrostraron la necesidad de reconocer al gobierno provisional, incluido un adelanto de cien millones de dólares, y ponerse en la fila de las visitas de peso.
Erdogan no ha dicho ni una palabra, como es natural, de qué espera él, un islamista parlamentario que trabaja en un marco liberal, del futuro en Libia, donde el componente islamista victorioso es aún impreciso pero bastante claro en lo que respecta al antiguo “Grupo Combatiente Islámico”, uno de cuyos jefes, Abdelhakim Belhadj, fue designado de hecho y fuera de control oficial nada menos que gobernador militar de Trípoli. Y también hay fuerte presencia de seguidores de Mohamed Busidra, otro islamista de peso.
En Túnez las cosas son más claras y fáciles: allí hay un veterano partido islamista, “Al Nahda” (renacimiento) cuyo jefe, Rachid Gannuchi, tiene un gran currículum de opositor y que, directamente, es un admirador del AKP…