Yo lo vi
Actualizado:Tenía 18 años y tres meses. A esa edad, en aquel Cádiz ochentero de lavadoras volantes y astilleros agonizantes, los sábados cerraban todos los bares tan tarde que casi parecía domingo. Entre la resaca, el calor y que no había sitio para el Vespino, llegas con el partido empezado. El fondo norte parecía la cara ídem de una pirámide egipcia y tras una noche de aquellas, con todo el mundo ya bien sentado, mejor no subirla. Un saludo con grito a los amigos, todos instalados en la cumbre. "Que me quedo aquí, ya voy en el descanso". Había un hueco abajo porque se ve peor. Pero aquel día, la suerte, fue el mejor sitio para ver lo mayor más cerca. A 20 metros. Un señor solo, de sesenta y muchos, amable, se aparta un poco y cede el sitio al impuntual. Entonces, el santo patrón de los improvisadores, el apóstol de la inconstancia, el profeta del regate nuevo, el mejor creador a tiempo parcial que haya dado el fútbol, Jorge Alberto González Barillas, arrancó a correr en diagonal desde tribuna hasta el borde del área. Tres regates secos, cortos y limpios, cambiando de pie, casi coordinados con los defensas, como los bailarines de tango, que parece que van a darse patadas pero no se tocan. Hacia un lado, hacia otro y salida limpia, exacta. Ale hop. Si hubiera jueces como en gimnasia, un diez inapelable, Jorge Comanecci. El portero del Racing de Santander sale a cerrar, con sus tres compañeros fulminados, vencidos, mareados. Todavía encuentra un hueco y un tiempo para meter la puntera despacio, sin el menor sonido, como si le hiciera el amor a la pelota, que ruede sobre el puente del pie. Parábola que el portero sigue como el que mira las vidrieras de una catedral, girando el cuello, levantada la vista, boca bien abierta. Un impulso de justicia cósmica le hizo salir tras el delantero que le había batido aplaudiendo. Palmas sordas, con guantes de espuma, pero sentidas. Gentleman Alba.
El señor mayor, educado y solo, compañero de localidad, se levanta nervioso. Le tiemblan las manos: "¿Has visto eso, chiquillo? ¿Has visto lo que ha hecho? ¿Tú lo has visto? ¿Lo has visto?". Quería levantar las manos para gritar el gol pero el temblor le paraba. Sí, yo lo había visto.
Para muchos no será nada. Para ese considerado anciano de manos trémulas, para Joselito que lo recuerda hoy, para los que esperaban en lo alto del fondo -como Alfonso García Teno que se fue hace un año, con solo 40- fueron ocho segundos prodigiosos de hace 25 años, la más excelsa expresión de un juego que decidimos fingir que nos importa. Ya sé que a muchos les parecerá infantil, frívolo, vacío, irreverente. Pues sí, tienen razón, es verdad. Lo es.
Pero qué alegría que lo viéramos. Los que aún estamos y los que no.
Yo también me lo llevaré al foso.