El cocodrilo
COMISARIO Y ESCRITORActualizado:Nunca he escrito un artículo relacionado con temas de mi profesión. Casi tampoco he participado en tertulias ni programas, salvo cuando ha sido totalmente necesario hacerlo. No es que no me guste hablar o escribir sobre lo que, se supone, es la materia que domino, pero es que hay tanto advenedizo dogmatizando sobre lo que creen saber que a mi siempre me ha dado reparos entrar a debatir sobre esos temas, en la certeza de que me podía encontrar con alguna de estas personas.
Y ciertamente, tendría muchas anécdotas de mis casi veinte años de investigador, que coincidieron con las primeras aprehensiones de hachís, allá por el inicio de los años setenta; con la aparición de la heroína y, por supuesto, con la reina de las drogas de diseño, el LSD.
Luego han venido infinidad de ellas, tantas que casi no merece la pena enumerarlas y todas buscando fundamentalmente dos cosas, volver locos a los consumidores y hacerse ricos. Pongan estas dos premisas en el orden que prefieran.
En el final de la década de los setenta y principio de los ochenta, la heroína era la reina de las drogas, cierto que de consumo en estratos marginales al principio pero que se fue extendiendo con la velocidad del reguero de pólvora. Entonces se decía que lo pernicioso de aquella droga era la dependencia física que producía, pero lo realmente letal era que destrozaba las vísceras desde dentro. Contra aquella plaga, los dogmatizadores del momento recomendaban cambiar el consumo por el de cocaína, menos adictivo y sin tanto poder de dependencia.
Pero mira por donde se descubre que los daños que produce la cocaína son similares a los de la otra y que, al final, una y otra acaban con la economía y con la salud del adicto.
En el Congreso, algunos diputados 'progresistas' (léase imbéciles sin escrúpulos) llegaron a fumarse algún que otro porro porque aquella droga alimentaba la imaginación, la producción artística y no hacía ningún daño al organismo.
Y entramos en una espiral en la que, contra el tráfico de drogas, solamente la Policía se sentía implicada y eso a costa de ser muy mal vistos por gran parte de la sociedad.
Pero el tiempo llega a ponerlo todo en su sitio y lo que se anunciaba como paradigma de la felicidad, empezaba a cobrarse su tributo. No es necesario volver a relatar lo que tantas veces hemos visto y leído: ahí están las hemerotecas; pero sí que se hace necesario decir que poco o nada hemos aprendido de todo aquello. Millares de jóvenes, y no tan jóvenes murieron por sobredosis, por deterioro progresivo, por hepatitis o por sida, como consecuencia de la nula asepsia al compartir jeringuillas.
Todavía, cada año, varias personas, jóvenes casi siempre, pagan con su vida por el consumo de MDMA, de estramonio, como ocurrió este verano, y de mil cosas más que de manera temeraria introducen en sus cuerpos sin considerar los riesgos que están corriendo. Otros muchos quedan tocados cerebralmente por el consumo de ketamina, éxtasis y tantas otras.
El joven que practica el consumo en fines de semana se arriesga a un mal viaje, incluso a morir en una búsqueda de lo que considera la felicidad del momento, aunque al día siguiente no se acuerde si llegó a conseguir la ansiada felicidad o si por el contrario fue víctima de un viaje a los infiernos, producto del consumo de drogas y alcohol en cantidades desaforadas.
Pero sin que esto se pueda justificar, cabría introducir el beneplácito de una duda, poco razonable, en cuanto a que, perdida la conciencia y el equilibrio emocional, un joven es capaz de jugarse la vida en un instante de locura; lo que de ninguna de las maneras tiene justificación, es el consumo de drogas que, sin explicitarlo en sus prospectos, porque no los tienen, llevan escritos sus efectos sin que sus consumidores se inmuten.
Rusia es el único país en donde no ha decaído el consumo de heroína, pero su precio es muy alto y parte de los jóvenes que la consumen no se pueden permitir ese consumo, ni aún robando o traficando con drogas. Por eso, en un rincón de Siberia, se ha inventado un sucedáneo de la heroína, una sustancia que se obtiene a partir de un derivado del opio, la codeína, mezclada con yodo, gasolina y fósforo rojo.
Todo un cóctel explosivo, como se puede ver por sus ingredientes que produce efectos parecidos a la heroína, pero que pasan mucho más rápido y que obliga a quien la consume a inyectarse más dosis que de la heroína tradicional, pero a un precio infinitamente inferior.
Esta droga ha sido bautizada como Cocodrilo y por dos razones distintas aunque íntimamente relacionadas. La primera porque en las primeras fases del consumo, produce en la piel unas manchas verdes y escamosas que dan a brazos y piernas el aspecto de la piel de dicho reptil. Pero ese no es el más pernicioso de los efectos, pues al cabo de dos o tres años de consumo, en la siguiente fase, el cocodrilo termina sacando su verdadera identidad y, literalmente, devora los miembros de las personas adictas a su consumo.
Sé que es duro exponer fotografías del resultado del consumo de esta droga, pero creo que la ocasión lo justifica.
Si alguna de las personas que ven esta fotografía la consideran de extrema dureza, les puedo asegurar que es la menos agresiva de cuantas he manejado para ilustrar este escrito y para muestra de cuanto digo están las páginas de internet en donde podrán encontrar vídeos y fotos mucho más duras e ilustrativas.
Actualmente muchos países se han echado a temblar al pensar que una cosa así pueda llegar hasta ellos.
¿Hay alguien que todavía defienda el consumo o la legalización de las drogas?