COSAS SAGRADAS
Actualizado:Cada vez que el líder Arenas entreabre la puerta política y suelta una maldad propia, se agiganta su perfil perverso. Un desahogado, según el argot popular. Lo dijo en Granada, 'En Granada tuvo que ser': Deja a Zapatero tranquilo y apunta mortalmente al paciente Rubalcaba, mientras libera del fuego cruzado al silente Rajoy. Mezclar lo sagrado con el dinero resulta perverso, pero, evidentemente, en política nada es escandaloso y todo asumible. Las clases más castigadas por este siroco económico que nos sacude se palpan la ropa y no la perciben, como ir desnudos por la vida, sin nómina que te aliente ni caricias que te alarguen la vida.
Es un lanzado este líder andaluz del centro derecha, pero tiene un punto y es cambiante como el binomio amor/odio. Cubrí junto a él, en uno de los años previos a la destrucción de las torres gemelas, un día de campaña de las autonómicas andaluzas. Estaba convencido de su triunfo a la presidencia de la Junta, pero perdió 'in extremis'. Supo remontar el prócer tal tropezón y se refugió en la terquedad política para sobrevivir en la escena pública. Finalmente, el ex presidente Manuel Chaves, le ganó por medio cuerpo de ventaja y todo se quedó en casa.
El pasado fin de semana pasado pudimos ver al lugareño Arenas en alguna televisión con su mejor mueca facial anunciando/amenazando y elevando armónicamente el tono de su voz en estos términos 'la lucha contra el paro y el despilfarro es fundamental para nosotros, pero sin tocar educación, ni servicios sociales y pensiones', y alzando la voz apostilló y dibujando una mueca en su labios: 'son cosas sagradas para nosotros'.
Lo más inesperado fue que citara a González, una especie de mensajero del Zar pero que va por libre en los últimos tiempos, y que asistió recientemente a una reunión de egregios sabios europeos ofreciendo recetas y pócimas milagrosas ante el descarnado acoso de los zares financieros. Lo cierto es que en tales foros suelen acudir estrategas de las ciencias económicas y piquitos de oro que logran con sus discursos convertir un horizonte amenazador y apocalíptico en un remanso de armonía política y económica y, en definitiva, en una realidad celestial que ya no es de recibo ni para niños que aún creen en los reyes magos.