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EL MAESTRO LIENDRE

EL FIN DEL MUNDO ESTÁ MUY CERCA

La derrota de lo público ante lo privado es tan grosera que hasta los ricos, aburridos de ganar, piden que les suban los impuestos

JOSÉ LANDI
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La primera vez que lo escuché fue en un programa de cine, los sábados por la noche, que presentaba Martín Ferrand. Sería 1977. Una cosa así. Para introducir una película de ciencia-ficción, recordó que una agrupación de colgados de Estados Unidos había anunciado el fin del mundo unos meses después. Era el descubrimiento de un concepto nuevo: el fin del mundo. Creo recordar que me cagué. Todos muertos a la vez. No de uno en uno, o en grupitos, no. La humanidad entera a por tabaco de un solo viaje. Pasaron los meses. Y nada más. Del apocalipsis, ni rastro. O quizás es que va poco a poco . Lo vemos por pequeñas entregas en los informativos de la tele, así creemos que no llega.

Después de aquella vacuna infantil. Ni el efecto 2000, ni la gripe A, ni la aviar, ni el calentamiento global, ni nada. A cada anuncio de la hecatombe sigue una risotada de incredulidad. Pero ahora, la cosa es grave. El temor reaparece. No parece un farol de iluminados como antes. Ahora son los mayas, que no es un grupo de rumba. Son los que, hace miles de años, hicieron calendarios hasta 2012 y luego pararon. Así marcaron el fin de los tiempos. Dicen los expertos que está descartado que se les agotara el toner de la impresora o que tuvieran un contrato temporal o que les aplicasen un ERE precolombino.

Cuentan, los que saben, que se detuvieron porque dijeron «hasta aquí hacemos almanaques porque hasta aquí llegamos, señores. Y si en Cádiz montan el Bicentenario, pues lo siento mucho pero todo tiene un principio y un final».

También esto parecía un necio augurio más hasta que se produjo el prodigio, un hecho más asombroso que las aguas abiertas del Mar Rojo. Una señal tan extraña que dejó a todos mudos, paralizados, y confirmó que algo enormemente tremendo está a punto de suceder: los millonarios del mundo -son pocos- enloquecieron, como contagiados por un virus, y empezaron a pedir que los gobiernos les suban los impuestos. Primero en Estados Unidos. Luego en Alemania y Francia. Ahora, en España. Los del taco admiten que no puede ser. Que se aburren. Que ya les da cosa. Pocos gestos más antinaturales, más brutalmente contrarios a la condición humana. Lo nunca visto. Tan asombroso que solo puede ser signo del fin.

O es el acabose o es que la derrota de lo público, de lo colectivo y de lo humano -ante la insaciable voracidad de lo privado, lo particular y lo económico- se ha vuelto tan grosera que los ganadores han decidido dejarse ganar un rato. Están hastiados. Es tan fácil que ya no tiene gracia. Y nada más irritante que alguien te deje ganar. Es la señal máxima del desorden, la desigualdad total, la perversión absoluta del gran juego. Es mejor que te apalicen, que te humillen, que arrasen.

Además, descubrimos que entre los forrados, serie B, están buena parte de nuestros representantes públicos. La corrección política lleva a decir que más vale que los parlamentarios lo ganen bien, para que no sean corruptos. Que en la empresa habrían ganado lo mismo. Pero el envidioso que todo español de bien lleva dentro dice que una mierda. Que no sabemos lo que habrían hecho en la selva privada porque casi ninguno la ha pisado. Que si no los queremos hambrientos de sobres y comisiones, tampoco sobrados de información privilegiada, influencias, pisos, joyas, coches, acciones y cuentas corrientes con seis dígitos.

A estas alturas, sólo cabe un consuelo. A mí, el fin del mundo me va a coger con todo gastado. A Fraga, fijo que no le da tiempo.