Libertad frente al terror
Diez años después del 11-S, Occidente ha logrado reducir los riesgos del terrorismo
Actualizado:Los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos cambiaron el mundo sustituyendo las certidumbres en las que vivían las sociedades informadas por una desconocida sensación de inseguridad. Las pavorosas imágenes de los dos aviones secuestrados estallando contra las Torres Gemelas y su derrumbe forman parte de la memoria visual de la humanidad y continúan evocando la volatilidad de las víctimas que el terror eligió al azar como atentado añadido contra la dignidad humana que sus deudos tratan de restablecer. La brutal matanza reveló la verdadera naturaleza de una trama terrorista llamada Al-Qaida que, desde su retaguardia en el Afganistán taliban, pretendía expandir el integrismo islamista mediante una yihad global. Se trataba de una amenaza imprevisible, tan difusa como tenaz, e inquietante por la disposición de sus activistas a matar muriendo. Situaba al Estado de derecho frente a sus propios límites y a los países democráticos ante el difícil equilibrio de preservar la libertad incrementando las medidas de seguridad. Estados Unidos y sus aliados se dispusieron a evitar que el peligro se extendiera, emprendiendo una intervención inacabada sobre suelo afgano, complicada más tarde con la invasión de Irak, que convertiría aquel país en terreno propicio para el ejercicio cotidiano de la barbarie violenta. Los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid situaron a los españoles y a los europeos ante la inmediatez del terror de raíz islamista. Diez años después del 11-S, Occidente ha logrado reducir los riesgos que pendían sobre él a costa de que el terrorismo global se haya convertido en un mal endémico en aquellas regiones de las que partió la amenaza. La influencia del yihadismo se ha visto momentáneamente desbordada por la 'primavera árabe'. Pero la perpetuación activa o latente de las tramas auspiciadas o inducidas por Al-Qaida representa un peligro cierto para la vida y la convivencia de millones de personas. El Islam continúa emplazado a depurar de su seno el integrismo extremista. Las sociedades democráticas tienen, por su parte, el deber inexcusable de procurar que el binomio libertad-seguridad se incline siempre del lado de la primera como garantía última de que el fundamentalismo no acabe violentando los valores de la tolerancia y el progreso humano.