Es noticia:
ABCABC de SevillaLa Voz de CádizCádiz
REVUELTAS en egipto

Misterios cairotas

El episodio violento en la embajada israelí es una prueba del estado de ánimo del egipcio medio frente al Estado hebreo, pero no cambiará el escenario institucional post-revolucionario y carece del peso para alterarlo

ENRIQUE VÁZQUEZ
MADRIDActualizado:

Lo sucedido en las últimas horas en El Cairo es, desde luego, un episodio solo explicable en el proceso post-revolucionario en curso, pero es tan original y ha producido un hecho tan inesperado – el saqueo parcial de la embajada de Israel y la puesta en fuga del embajador, su personal su familia y muchos israelíes – que suscita graves interrogaciones y remite a lo que los novelistas románticos enamorados de El Cairo, una multitud, llamarían misterios cairotas.

Los hechos son los siguientes:

a) una sedicente "Coalición de la Juventud Revolucionaria", que se dice guardiana de las esencias del cambio político versión liberal, anuncia hace un par de semanas que organiza para el viernes, 9 de septiembre, la manifestación del millón en la plaza Tahrir con el objetivo general de cambiar el rumbo.

b) Un programa más concreto se perfila: fin de los procedimientos judiciales del gobierno (una Junta Militar interina que tutela el proceso tras hacerlo posible) contra activistas civiles, ley electoral que impida toda posibilidad de entrar en el parlamento a elementos del gobierno depuesto; fijación de fecha para la elección legislativa…

El fracaso de la manifestación

De inmediato se advirtió que los organizadores carecían de una verdadera capacidad de convocatoria: fue ignorada o directamente boicoteada por los actores centrales del cambio: los Hermanos Musulmanes, las corrientes centrales de opinión y los candidatos presidenciales con grandes posibilidades, Amro Mussa y Mohamed al-Baradei dijeron que no acudirían y todos con el mismo argumento: la mayoría de las aspiraciones de los jóvenes protestatarios han sido ya conseguidas, es un hecho que habrá legislativas libres antes de que acabe el año y si la Junta no fijó una fecha, como quería, fue curiosamente atendiendo la petición de los medios liberales que pedían más tiempo frente a los islamistas, presuntamente más motivados y mejor organizados.

Lo cierto es que el ansiado millón se quedó en unos 25.000 manifestantes que gritaron cuanto quisieron porque, sabiamente, el gobierno había retirado a la policía de la Plaza y se había limitado a advertir que intervendría solo si se extendía la violencia contra los bienes o las personas. Este concreto escenario, mensurable y moderado, es el que, asombrosamente, no quiso ver la TV panárabe "Al Yazeera", un factor clave en la extensión de las revueltas sociales árabes, que fue incapaz de contar los manifestantes e hizo su información, que esperábamos todos con ansiedad, rehusnado hablar de fiasco y limitándose al habitual miles de manifestantes protestando contra el papel de los militares, que cuentan con el beneplácito de una gran mayoría social.

Y así estaban las cosas al final del viernes cuando sucedió lo inesperado: la multitud, como si no tuviera mejor cosa que hacer, en ausencia de una fuerza policial nutrida y tal vez sabedora de que cualquier gesto anti-israelí cosecha el aplauso popular arremetió contra la cercana embajada, deshizo un muro de seguridad levantado hace días por los egipcios como medida de protección y consiguió invadir parcialmente la sede, tirar documentos desde las ventanas y obligar a la evacuación por efectivos militares del personal. ¿Qué había ocurrido?

Más incógnitas

Nadie puede hacer una interpretación racional de lo sucedido, pero la mera ausencia de elementos radicales islamistas en la manifestación permite creer que el asalto a la embajada no estaba en el programa y tiene un cierto aroma de provocación o, al menos, de iniciativa capaz de poner en aprietos al gobierno. Hay informes coincidentes, además, de que los seguidores ultras de un equipo de fútbol que tuvo problemas con la policía el martes, fueron la vanguardia de la violencia final e inesperada contra la embajada incluso desbordando a los jóvenes liberales que pedían gestos pacíficos.

La policía se batió a fondo para defender el recinto diplomático, envió comandos de élite para rescatar al personal israelí y escoltarlo hasta el aeropuerto y se enfrentó a fondo con los manifestantes radicales, con el resultado final de tres muertos y cientos de heridos en ambas partes. Pero los asaltantes sabían de sobra que la calle egipcia, ofendida por la muerte a manos israelíes y en suelo egipcio de siete de sus militares el mes pasado, experimentaría una cierta satisfacción.

Sea como fuere, e incluso si el primer ministro, Essam Sharif, ofrece hoy mismo su dimisión asumiendo falta de habilidad para controlar la situación, es seguro que la Junta Militar mantendrá su rumbo. Los medios se han volcado sobre lo sucedido en Tahrir y ante la embajada, pero el público debe tener presente lo que representan 25.000 manifestantes infiltrados por ultras enojados en un país de 87 millones de habitantes cuya capital, El Cairo, alberga 19 millones.

El sangriento episodio merece atención y es una prueba del estado de ánimo del egipcio medio frente a Israel, pero no cambiará el escenario institucional post-revolucionario y carece del peso para alterarlo.