George W. Bush guiña un ojo antes de la Asamblea de Naciones Unidas. /Archivo
Diez años del 11-S

Las guerras de la revancha

En respuesta a los ataques, Estados Unidos invadió Irak y Afganistán | 750.000 muertos después, las tropas dejan atras una región llena de dudas sobre su futuro

NUEVA YORK Actualizado: Guardar
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Como si de dos acontecimientos separados se tratara, el mundo todavía se refiere a las invasiones desencadenadas tras los atentados del 11 de septiembre como las guerras de Irak y Afganistán. Sin embargo, esos dos conflictos inacabados y de incierto futuro están tan ligados a un cambio de era que aumentan las voces que piden una denominación más esclarecedora cuando llegue el momento de enmarcarlas en los libros de historia. Ningún término se antoja más apropiado que 'las guerras del 11-S'.

A estas alturas, muchas de sus claves dejan poco margen para la duda. En respuesta a aquel zarpazo sobre Nueva York, Washington y Pensilvania, la Administración Bush lanzó una «guerra global contra el terror». Eligió no centrarse solo en Al-Qaida -responsable de los ataques- sino, de manera más genérica, en una amenaza terrorista mundial. Y los objetivos no eran solo peligrosos actores al margen de los estados, sino también regímenes políticos que les proporcionaban cobijo o los ayudaban.

El Gobierno anunció que estaba adoptando una política de «autodefensa anticipatoria»: esencialmente la guerra preventiva, un término nada tranquilizador para millones de civiles 'cogidos' en las áreas marcadas en rojo por el Pentágono. El exinquilino de la Casa Blanca declaró que adoptaría acciones para evitar las amenazas inminentes y aquellas que pudieran estar en gestación. Y que actuaría en solitario si la situación lo requería. Esta aproximación llevó al país a las invasiones de Afganistán (octubre de 2001) e Irak (marzo de 2003).

La primera cosechó un amplio apoyo internacional tras ampararse EE UU en el artículo 51 de la Carta de Naciones Unidas, que invoca el derecho a la legítima defensa. El objetivo declarado era dar caza a Osama bin Laden y a otros dirigentes de su organización para llevarlos a juicio y derrocar el régimen talibán, que apoyaba y daba refugio y cobertura a los miembros de Al-Qaida.

Sin esperanzas de paz

Diez años y casi 90.000 muertos después, Afganistán es un país roto, sin esperanzas de paz. Acosado por un gasto insostenible y el rechazo masivo de los electores estadounidenses, la Administración Obama ha puesto en marcha un plan de retirada de tropas que deberá culminar en 2014. Expertos militares, sin embargo, estiman que esa fecha es una quimera dada la volatilidad de la situación en el país centroasiático y el no menos explosivo panorama en la vecina Pakistán.

En este contexto cobran fuerza especial las recientes palabras del militar mejor valorado de EE UU, el general David Petraeus, tras abandonar el puesto de máximo responsable en Kabul para ocupar el de director de la CIA. Los militares estadounidenses «aprendimos» tras los atentados terroristas del 11 de septiembre que «no siempre se pelean las guerras para las que uno está mejor preparado».

El escenario no es menos tranquilizador en Irak, cuya ocupación fue orquestada con el falso argumento de las armas de destrucción masiva supuestamente en poder de Sadam Hussein. También aquí hay una hoja de ruta para salir, pero las fracturas en esa sociedad multiétnica son tantas y la situación en Oriente Próximo tan incierta que no se adivina el día en que dirá adiós el último soldado norteamericano.

Por si la legitimidad de la invasión de EE UU no estaba lo suficientemente cuestionada, en octubre del pasado año Wikileaks publicó casi 400.000 documentos secretos sobre la guerra de Irak en los que se revelaba por primera vez una cifra oficial de víctimas: 109.000 muertos, un 63% de ellos, civiles. Uno tras otro, los testimonios suponían un mazazo a la versión oficial de lo sucedido entre 2003 y 2009. La tortura, por ejemplo, se usó sistemáticamente durante el mandato de George Bush. También salió a la luz el importante papel de Irán en el conflicto por el desvío de millones de dólares para financiar a las milicias chiítas.

Según el análisis de los documentos difundidos en la web fundada por Julian Assange, las autoridades estadounidenses dejaron sin investigar cientos de informes que denunciaban abusos, torturas, violaciones e incluso asesinatos perpetrados sistemáticamente por la Policía y el Ejército iraquíes, aliados de los estadounidenses.

Traición de Pakistán

Un tinte parecido tienen los 90.000 folios filtrados por Wilikeaks sobre Afganistán. Resalta la falta de veracidad sobre el número de civiles muertos, que serían muchos más de los que Estados Unidos habría comunicado. Algunas de estas víctimas fueron consecuencia de los ataques aéreos -incluidos los cada vez más frecuentes aviones no tripulados-, rechazadas constantemente por la sociedad y el Gobierno afgano. Gracias a la publicación de los papeles también salieron a la luz un gran número de ataques y muertes como resultado de los disparos de las tropas contra conductores y motoristas desarmados ante el temor de que fueran terroristas suicidas.

No menos preocupantes son los informes que ponen de manifiesto cómo los agentes secretos paquistaníes han ayudado sistemáticamente a los talibanes mientras han seguido recibiendo dinero a manos llenas de EE UU para combatirlos. En concreto, varios de los informes de la Inteligencia estadounidense acusan al Servicio de Inteligencia Paquistaní de armar, financiar y entrenar a la insurgencia talibán desde 2004.

«Estos papeles muestran un mosaico detallado sobre por qué, después de que Estados Unidos se ha gastado casi 300.000 millones de dólares en la guerra de Afganistán, los talibanes son más fuertes que nunca», concluyó 'The New York Times' tras analizar minuciosamente los documentos.