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Ciudadanos libios son interrogados por un rebelde, tras ser detenidos en Hossnia, a 80 kilómetros de Sirte. :: ERIC FEFERBERG / EFE
revolución en libia

De la yihad afgana a la revolución libia

Los sublevados que lucharon a las órdenes de Al-Qaida aseguran que cederán el mando cuando se complete la caída del régimen Antiguos radicales islámicos copan los puestos de mando militares en el nuevo Estado

MIKEL AYESTARAN ENVIADO ESPECIAL
TRÍPOLI.Actualizado:

«Osama bin Laden era una persona sencilla, muy humilde. Aparecía y desaparecía sin aviso previo, pero sus hombres de confianza siempre estaban allí intentando reclutar a los más preparados para su causa». Tareq Muftah Durman tiene 39 años y es uno de los responsables de la formación de las nuevas fuerzas de seguridad libias. Su vida ha sido una continua huida de los servicios de inteligencia internacionales, una fuga que terminó el pasado 20 de agosto cuando los hombres del comandante Abdul Hakim Belhaq bajaron de las montañas de Nafusa para tomar Bab el-Aziziya.

«Durante los últimos siete meses fui el enlace del emir -Belhaq fue el líder del Grupo de Combatientes Libio Islámico que dirigió a los ciudadanos del país norteafricano que viajaron a suelo afgano y fue interrogado por agentes españoles por su presunta vinculación con los atentados del 11-M- en la capital. Así que cuando llegaron me uní al grupo que atacó el cuartel general de Gadafi», recuerda Tareq al revivir los tiempos de la yihad en los que recibió entrenamiento en campos dirigidos por miembros de Al-Qaida y entabló una amistad personal con Abu Musab al-Zarqawi, que años más tarde sería el jefe de Al-Qaida en Irak.

Como cientos de jóvenes libios, Tareq se vio obligado a salir del país por la presión del régimen. Tenía 19 años y estudiaba en el centro religioso Qatab que Muamar el Gadafi clausuró. Junto a siete compañeros logró llegar a Egipto y allí contactó con la organización saudí Beit al-Ansar (la casa de los vencedores), creada y financiada por Osama bin Laden. «Ellos se encargaron de darnos alojamientos y pagar los billetes a Pakistán», apunta Tareq, que pasó los siguientes tres años de su vida combatiendo en las provincias de Nangarhar Khost o Logar de la mano de comandantes afganos como Gulbudín Hekmatyar, Abdul Rasul Sayaf o Burhanudín Rabani.

La instrucción básica se impartía en el campo de Faruk, cerca de Miranshah. «Y si alguien destacaba por ser un musulmán estricto y a la vez buen luchador era invitado a completar su formación en el campo de Yihadwall, que estaba al cien por cien bajo control de Al-Qaida», detalla Tareq, que declinó la oferta de acudir al lugar «porque estaba deseando entrar en combate y sentía que no necesitaba más entrenamiento». El tercer campo se llamaba Khaled Ben Walid y era de uso exclusivo para jóvenes venidos de los países del Golfo, que acudían a combatir durante en vacaciones.

«Cuando los muyahidines lograron acabar con el régimen de Najibulá empezaron a pelearse entre ellos y nosotros nos marchamos, nuestro trabajo contra los infieles había terminado», asegura Tareq.

Estudios coránicos

La salida de Afganistán, como la entrada, fue organizada por una organización saudí. Esta vez se llamaba Hegatha Islami (salvación islámica) y condujo a Tareq hasta Mauritania, donde pasó dos años estudiando el Corán hasta que los servicios de inteligencia del país le detectaron.

En Mauritania empezó un peregrinar por Sudán (donde Osama bin Laden le recibió en persona y le facilitó dinero y un pasaporte falso), Yemen, Siria y Jordania, última parada donde contactó con su compañero de yihad Abu Musab al-Zarqawi lo que levantó las sospechas de la seguridad jordana que le detuvo y extraditó a Trípoli. «Igual que Osama, Al-Zarqawi era una persona sencilla y muy sensible. Su forma de ser no se corresponde con los actos horribles que hizo. Discutíamos de religión y sobre el uso de la violencia», señala Tareq al tiempo que asegura no ha puesto una bomba en su vida.

En el 2000 fue extraditado a Libia y encarcelado por su vinculación con la red terrorista mundial. Pasó nueve años en la cárcel de Abu Salim, donde se reencontró con muchos compañeros de yihad y con su comandante, Abdul Hakim Belhaq, en quien tiene «una fe ciega» y de quien asegura «se ha mantenido toda su vida alejado de las acciones de Al-Qaida. Condenó tanto el 11-S como los ataques de Madrid o cualquier otra acción. Nuestro objetivo ha sido siempre derrocar a Gadafi y en cuanto lo consigamos nos retiraremos de la escena para que tome el relevo gente nueva».