El enroque del catalán
Así que la cuestión ya no es la sentencia, sino la determinación política para hacerla cumplir
Actualizado: GuardarLa respuesta del nacionalismo catalán a la sentencia sobre la enseñanza en castellano ya permite vislumbrar las opciones para encauzar racionalmente el conflicto: ninguna. Al menos así no hay equívocos. Es impensable un debate racional sobre una respuesta completamente irracional, interpretando la legalidad como una agresión identitaria, como si el pronunciamiento jurídico constituyera 'casus belli' con la lógica de Espartero. Ese enrocamiento en el bucle melancólico traslada la cuestión al plano emocional del victimismo, el genuino nutriente nacionalista. Desde hace tres décadas, eso sí, la ley de normalización lingüística ha socavado la normalidad, desoyendo el requisito del Tribunal Constitucional de no excluir el español; y se trataba de una política premeditada para acreditar el catalán como 'lengua de prestigio' a través de la escuela, la televisión pública, la cultura y las instituciones, y el español lengua popular o abiertamente 'lengua de dominación' . Es parte de la impostura apócrifa que permite actuar a Cataluña como un Estado sin Estado. Y por eso la estrategia recurrente de presentar esto como una agresión, como un ataque de la Brunete españolista según la metáfora ventajista de Arzalluz. El nacionalismo se acomoda sobre agravios a menudo ficticios y por eso no interesa el debate jurídico. Bajo el matonismo que da la aritmética parlamentaria, amenazan con un desacato «caiga quien caiga». ¿Estado de Derecho?
Desde luego es asombroso el trágala de alumnos que no pueden estudiar en español dentro de España; pero si esto sucede es por algo de hecho más asombroso, la claudicación de los dirigentes políticos aceptando esa perversión de la legalidad. Ni siquiera una mayoría absoluta del PP garantizaría otro escenario, y nunca mientras necesite los votos de CiU porque entonces Rajoy, como Aznar obligado a la bajada de pantalones tras su victoria, declarará que habla catalán en la intimidad etcétera. De Rubalcaba no cabe esperar nada porque la izquierda ha interiorizado la alianza antinatural con el nacionalismo en su paquete ideológico básico, y ahí queda el papelón del ministro de Justicia haciendo de mamporrero de las tesis catalanistas; pero tampoco Rajoy va a arriesgar más allá de la corrección política.
Del mismo modo que ha ocurrido con las banderas en Euskadi, en la Moncloa siempre ha mandado la realpolitik mirando para otro lado, gobernara quien gobernara. Y PSOE y PP no van a apoyarse para cambiar esa inercia; estando de hecho asumida en los códigos de la política nacional esa deslealtad mutua. Así que la cuestión ya no es la sentencia, sino la determinación política para hacerla cumplir. Esa es, desde hace dos décadas, la verdadera instancia del fracaso.