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El baño del dios elefante Ganesha visita el mundo

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En el mundo de los dioses, un vecindario bastante confuso y atestado, el hindú Ganesha es uno de los tipos más simpáticos: con su cabeza de elefante, su corpachón panzudo, sus mareantes cuatro brazos y esos colores de rabioso delirio pop, dan ganas de postrarse y adorarlo o, aún mejor, de encasquetarse una máscara con su cara, como estos pescadores de Chennai. Ganesha, dios de la sabiduría y la prosperidad, pasa diez días al año en la tierra, y sus devotos le levantan altares, decoran las calles, organizan banquetes en su honor, le deleitan con música y danza y, en fin, acaban arrojándolo al mar o a algún río, con la esperanza de que se lleve con él la desventura de los hombres y deje solo buena fortuna. ¿El problema? Las figuras, antaño de arcilla, suelen ser hoy de 'yeso París' embadurnado con pinturas nocivas: en vez de disolverse a modo de deidades que retornan misteriosamente a su morada, se quedan en el fondo y van envenenando el agua. Los humanos tenemos esa habilidad de conseguir que los dioses, incluso los más majetes, logren lo contrario de lo pretendido.