Infierno o paraíso
Actualizado: GuardarSiempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca», decía Jorge Luis Borges, ese genio brillante y oscuro, tantas veces desconcertante. Siempre suscribí su idea de un cielo de estantes poblados de libros, ordenados por orden alfabético o dispuestos por tema o por afectos, dependiendo del temperamento de cada quien; un cielo para lectores, atestado de papeles, revistas, volúmenes bellamente encuadernados y otros envejecidos y ajados por el uso. En él, todas las vidas posibles e imposibles estarían a nuestro alcance, en una especie de reencarnación a la carta que me parecía de lo más sugestiva y deseable.
Pero ahora no estoy tan convencida. Arreglo en estos días mi biblioteca (que por su desorden merecería ser llamada pequeña biblioteca de Babel), y llego a la conclusión de que el infierno también podría ser fácilmente asimilable a una biblioteca caótica y abarrotada donde una no encuentra lo que necesita y donde ya no queda un hueco para los dos volúmenes de la maravillosa Flor de ciruelo en vasito de oro, que me regalaron las pasadas navidades. Ni para ésa ni para el más delgadito y elegante de los poemarios que han ido llegando este año. Atrapada físicamente por los libros y cavilando sobre si debo pasarme de una vez por todas al electrónico, concluyo que, como en casi todo, los extremos se tocan. El amor y el odio buscan un punto de contacto. Lo blanco y lo negro combinan a la perfección. No hay luces sin sombras ni días sin sus noches. Y hoy mi paraíso libresco se parece al más caótico y ardiente de los avernos. Sólo espero que las maravillas del rigor, la limpieza y el orden (tres virtudes que me gustaría potenciar, y que seguro el señor Borges poseía) vuelvan a convertirlo en un lugar apetecible.