Sociedad

El Juli, en versión oceánica

Dos faenas espléndidas del diestro madrileño en una de sus plazas talismán

BAYONA. Actualizado: Guardar
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La corrida era a las cinco y media. Estuvo lloviendo hasta esa hora y justo entonces dejó. Casi lleno, ambiente candente.

Previsión certera de meteorología: no iba a llover más. Veinte minutos para acondicionar el ruedo: sacaron un volquete de serrín.

A uno de los operarios, que esparcía paladas como si dibujara lances, le pegaron tantos olés que tuvo que saludar. Trabajo perfecto. A las seis menos diez salieron los alguaciles en sus jacos tordos con calcitas o vendas rojas. ¡Qué elegancia!

El Juli rompió con la pana enseguida y lo hizo de memorable manera. Fue una de sus tardes redondas: ni un error, ni una cosa de más ni de menos, la precisión geométrica, el entendimiento cabal del toreo, los tiempos, las pausas, las lidias, el sentido de la oportunidad. El compendio de una tauromaquia que se refresca a diario. Dos toros muy distintos, como la propia corrida de Daniel Ruiz, que fue de las de tres y tres. Los tres buenos, por delante.

Y por detrás los tres restantes.

De esos tres, el único de pérfido aire fue el cuarto. Negro zancudo y casi galgueño, de finos cabos y afiladas puntas. No estaba en tipo. Manso de huirse y resistirse de salida; espantadizo; picado a modo por Diego Ortiz porque al toro había que sangrarlo; distracciones, estilo incierto. Avieso el toro. Y entonces salió el Juli poderoso y capaz. Listo y templado. Predador el toro, que atacaba a traición, se metía, buscaba por debajo, adelantaba, reponía, quería irse. No consintió El Juli bromas: el engaño por delante, por delante los toques también, la mano abajo, la voz conminatoria. Un orden, un criterio; en línea los muletazos de someter; pasos perdidos para ganarle al toro las vueltas; y el regalo de un macheteo final antológico, porque eso es esencia del toreo clásico. Y una estocada tremenda. Una faena, por tanto, muy de Julián. Por breve y concisa, por poderosa, porque no hubo un gesto de más. Si un aire de satisfacción. Lo sacaron a saludar hasta casi los medios.

Y, luego, a hombros y en loor de multitud, porque a uno de los tres toros buenos de la corrida, al que rompió plaza, le había cortado las orejas. Un primor: la manera de estar, el toreo de capa, el de muleta, el planteamiento, el gobierno y la estocada.

Todo lo tuvo. Audacia: cinco lances de salida a pies juntos sin cata ni demora; quite por delantales para llevar el toro al caballo; quite precioso por chicuelinas después de una vara; un sentido de la improvisación que vino a ser la sal de la faena.

La abrió Julián con seis de tanteo por abajo que remató a pies juntos por alto con gracia; dos estatuarios para abrirse en los medios; y ahí, asiento absoluto, de largo el toro para traérselo por las dos manos en tandas amplias, ligadas, el toro en la mano, un concierto de la orquesta con un solo de saxofón, trenzas de Julián casi a capricho, roblesinas, dosantinas, los de pecho, el repertorio, desmayitos en el toreo de desdén, soberbia destreza y, de pronto, cambiada la espada, una estocada por el hoyo de las agujas. Y adiós, muy buenas. Ovación en el arrastre para el toro, que fue uno de tantos de los que antes de morir abren la boca para decir lo de «gracias, Julián». Toro agradecido.

El segundo enterró pitones y lo acusó, desarmó a Manzanares en el recibo, mugió dolido en banderillas, atacó con viveza, fue de impulso desordenado. No lo terminó de templar Manzanares, ni de ordenar el trabajo, pero la faena tuvo su caligrafía, sus ritmos sueltos y un par de tandas como Dios manda. Un pinchazo, una estocada de rodar. El tercero, venido arriba en banderillas, escarbó bastante, tuvo guerrero aire. Entregado Daniel Luque en un trabajo de facilidad aparente, ligeramente desencuadernada la partitura: molinetes apaisados, una tanda mayúscula de control y dibujo, lentísima, agallas. Dos pinchazos, una estocada.

Ni quinto ni sexto fueron propicios. Comparados con el negrito garbanzo cuarto, fueron toros de trato. Tratables. El quinto pegó cabezazos, hizo hilo y embistió con brusquedad y rebotándose.

Un aviso porque el toro no se echaba. El sexto se derrumbó dos veces: malos apoyos. Un toro culopollo, de pobre tracción y dos respetables vergas. Finísimo de cañas. A veces protestaba con agrio son. Le tiró a Luque dos gañafones y arreones muy severos. Entereza de Daniel para sobreponerse y superarse. Péndulos de valiente, toro rendido.