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MUNDO

El arma más letal de Al-Qaida

Diecinueve hombres protagonizaron el mayor atentado de la HistoriaSu fanatismo religioso y una determinación de acero hicieron tambalear al mundo aquel fatídico 11 de septiembre de 2001

JUAN PABLO NÓBREGA
NUEVA YORK.Actualizado:

No habían nacido para ser soldados ni había rasgos en su personalidad joven que delataran que algún día se convertirían en los fríos ejecutores del atentado terrorista más espectacular de todos los tiempos. El piloto del primer avión que se estrelló contra las Torres Gemelas aquella soleada mañana de septiembre, Mohamed Atta, procedía de una ambiciosa familia de clase media egipcia no especialmente religiosa en cuyo seno había llevado una vida de chico protegido hasta que se trasladó a Hamburgo -la ciudad donde se incubó el 11-S- para licenciarse en Arquitectura.

El piloto del segundo avión, Marwan al-Shehhi, era un tipo amigable natural de los Emiratos Árabes Unidos. Se había incorporado al Ejército de aquel país guiado no tanto por su prestigio como por las generosas ayudas -unos 1.400 euros al mes- que proporcionaba el Gobierno a jóvenes brillantes como él. Este rodaje le facilitó el salto a la ciudad alemana donde conocería a Atta, el líder natural del grupo.

Hani Hanjour, el saudí que incrustó el aparato de American Airlines en el Pentágono, había estado yendo y viniendo a Estados Unidos a lo largo de la década de 1990. Desde su base en Arizona aprovechó sus estancias para tomar lecciones de vuelo en diferentes escuelas. Según uno de sus instructores, se trataba de un joven inteligente, amigable y muy formal. Tras múltiples intentos, Hanjour obtuvo la preciada licencia pero nadie le dio trabajo en EE UU ni en Oriente Próximo. En cuanto a Ziad Jarrah, quien llevaba los mandos del vuelo 93 de United que se estrelló en Pensilvania cuando intentaba alcanzar su objetivo en la capital federal, ha sido descrito como un muchacho atractivo, hijo único de una familia de clase media en Beirut.

Otro hogar atípico para los estándares musulmanes donde los hombres solían beber whisky y las mujeres vestían a menudo faldas cortas o se bañaban en bikini. Mientras cursaba estudios universitarios en Alemania, Jarrah conoció a Aysel Sengün, la hija de una familia de inmigrantes turcos de valores conservadores. Poco después de casarse, el hombre tomó como hábito esfumarse durante largos periodos, a veces sin mediar explicación, dejando a su esposa confundida y desesperada.

Sus desapariciones, como los cambios que operaron en las vidas de resto de los futuros secuestradores, eran una huella inconfundible de su profundo encuentro con el islamismo radical y la yihad, entendida no como la lucha de cada individuo por su propia alma -el sentir mayoritario-, sino yihad como 'obligación' de luchar contra los no creyentes y los corruptores de los creyentes. Al final, este libanés también encontró la manera de llegar a Hamburgo donde se uniría al grupo de elegidos, diecinueve en total. Nada los hermanó tanto como su irrefrenable necesidad de rezar y debatir sobre religión.

Contra los judíos y EE UU

«Los integrantes del grupo de Hamburgo que unieron sus plegarias a la idea de un Islam fundamentalista no solo se imbuyeron de una nueva doctrina religiosa sino que abrazaron un tipo de vida desde donde construyeron una mirada explosiva del mundo y sus conflictos», escribe el periodista estadounidense Terry McDermott en su libro 'Perfect Soldiers'. Para Atta y su amigo Ramzi Binalshibh, quien se convertiría luego en el coordinador en la sombra de los atentados de 2001, «lo de menos era el escenario de la lucha siempre y cuando pudieran golpear duro a los dos grandes enemigos. Primero a los judíos y, a continuación, los estadounidenses».

El contagio entre ellos fue inmediato. El islamismo radical y la yihad era una obsesión desbocada. Como explica un investigador alemán que diseccionó la evolución de los terroristas: «No gastaban un segundo en hablar de temas cotidianos. Compraron coches y disponían de una generosa cuenta corriente para gastar, pero jamás hablaban de ello. Consumían la mayor parte del tiempo sumergidos en la religión».

Siempre que se enfrascaban en largas conversaciones sobre los conflictos en Kosovo, Chechenia o Afganistán tenían muy claro que estaban listos para dar la vida por sus ideales. Solo faltaba decidir en qué guerra iban a dejar su impronta. Fue por supuesto Bin Laden quien les proporcionó la causa perfecta. Un anticipo de su ambicioso plan para atacar en suelo norteamericano había sido ejecutado en 1993 cuando un grupo yihadista, bajo la dirección del 'maestro de terroristas' Abdul Basit Abdul Karim, colocó una potente bomba en el sótano de una de las Torres Gemelas que mató a seis personas, dejó casi un millar de heridos y unos 211 millones de euros en daños. Estados Unidos sacó pocas lecciones de lo sucedido. El Gobierno de Bill Clinton no reconoció el advenimiento de una nueva era, pero lo cierto es que el terror religioso había llegado para quedarse.

Piloto: Nacido en el seno de una familia egipcia de clase media y poco religiosa, se licenció como arquitecto en Hamburgo (Alemania), donde comenzó a prepararse para el ataque.

Satam al-Suqami

Waleed Alshehri

Wail Alshehri

Abdulaziz Alomar

Piloto: Procedente de Arabia Saudí, obtuvo la licencia para volar aviones tras tomar lecciones en varias escuelas de EE UU. Uno de sus instructores le define como un joven inteligente, amigable y muy formal.

Majed Moqed

Khalid al-Midhar

Nawaf Alhamzi

Salem Alhamzi

Piloto: Natural de Emiratos Árabes Unidos, decidió engrosar las filas del Ejército por las ayudas del Gobierno. Su carrera militar le llevó a la ciudad germana, donde conoció a Mohamed Atta.

Ahmed Alghamdi

Fayez al-Qadi

Hamza Alghamdi

Mohald Alshehri

Piloto: Casado con una joven turca e hijo único de una familia de libaneses de clase media, cursaba estudios universitarios en Alemania cuando decidió unirse a las filas de los islamistas radicales.

Saeed Alghamdi

Ahmed Alhaznawi

Ahmed Alnami