SOMOS DOSCIENTOS MIL

PELÍN MALEDUCADOS

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Acabo de regresar de mis tradicionales vacaciones veraniegas que, una vez más y ya van cinco, han transcurrido por territorio francés. Y aunque es cierto que aquel país no es el chocolate del loro, cada año me convenzo más sobre el hecho de que los Pirineos suponen una especie de barrera infranqueable respecto a algo que se llama educación.

Supongo que algunos ejemplos bastarán para ilustrar este comentario dominical: Cuando uno circula por autopistas francesas, normalmente comprueba que todos los vehículos marchan por el carril derecho, reservando el izquierdo sólo para adelantar. Lo habitual es que cuando algún francés adelanta, inmediatamente regresa al carril derecho. Eso en España es impensable. ¿Qué sentido tiene ir pasando de derecha a izquierda y de nuevo a la derecha en cada adelantamiento, si tenemos todo un carril izquierdo a nuestra disposición?

Aún hay más: Si en la autopista usted circula por la derecha, delante lleva un camión, alguien va adelantando por la izquierda y usted enciende el intermitente para pasar al camión, normalmente el conductor francés levantará el pie en su vehículo para dejarle que usted pueda adelantar. Traslade eso a nuestro país. El español no sólo no levantará el pie del acelerador, sino que es posible que acelere aún más en un intento por evitar que usted no adelante ni muerto, antes se estrellará contra el camión que le precede que adelantará gracias a la cortesía del conductor contrario.

Pero los ejemplos no surgen sólo en las autopistas: Las paredes de los edificios franceses, como norma general (siempre hay excepciones en grandes ciudades) lucen en su estado original. No es fácil encontrar una pintada en una pared, y menos aún en una farola u otro elemento del mobiliario urbano. ¿Qué ocurre en España? Pues que les voy a contar. En Jerez no hay límite en eso de hacer pintadas. Da igual que sea la fachada de una casa particular, de una entidad bancaria, de un monumento importante (Catedral incluida), e incluso en los elementos que existen en nuestras calles: bancos, farolas, señales, semáforos, macetones y demás. Cualquier lugar es bueno para plasmar el arte de aquéllos a los que lo público, como tantas otras cosas, les importa bien poco.

Sigo con más ejemplos: En Francia no resulta fácil ver viviendas cuyas ventanas de la planta baja tengan rejas, salvo en determinados barrios de grandes ciudades. En nuestro país no tener rejas -cuantas más gruesas mejor- es simplemente impensable.

Y por terminar con otro ejemplo que se me antoja muy cercano, debo indicarles que los pueblos franceses se catalogan por flores, entre una y cuatro. Si al entrar a uno de ellos el cartel señala cuatro flores, ya pueden adivinar que aquel pueblo será todo un espectáculo, así como una autentica delicia para los sentidos gracias a grandes arriates y magníficos macetones (traigo muchas fotos por si alguien duda de mis comentarios). Por supuesto a ningún francés se le ocurre tocar una flor. Es patrimonio de todos y cada uno de los habitantes de aquel país, conscientes como son de que aquello se sustenta gracias a los impuestos, no osan arrancar una simple margarita. Hace algunos años aquí en Jerez por Navidad se instalaron unas macetas conteniendo llamativas Flores de Pascua. No habían pasado 24 horas cuando en la calle Larga no quedaba una sola maceta. Se optó entonces por colgarlas en la parte alta de las farolas, Días después muchas habían desaparecido pues no era extraño observar como algunos convecinos acudían al centro cargados con pequeños taburetes de tres peldaños, desde los que era relativamente fácil robar las flores.

Comprenderán que ejemplos tengo muchos aunque en todos ellos se adivina el mismo denominador común. El problema radica en la educación y lo queramos o no, nuestro país es pelín maleducado. De hecho, en el extranjero a los turistas españoles se nos tiene por ruidosos, protestones, chillones y maleducados y claro, con esas mimbres es fácil tejer las cestas de las que les hablo.

No obstante permítanme una confesión final. A pesar de tanta educación, tanta amabilidad y tanto respeto, yo, lo crean o no, me alegro de haber nacido y vivir en Jerez. Lo que aún no tengo claro es si una vez me jubile, al igual observan ustedes que estas columnas comienzan a llegar desde algún pueblecito francés.