Unidad en lo necesario, para todos amor
Antonio Ceballos se despide de un pontificado de 18 años alabado por su dedicación a la caridad y la pobreza y criticado por mantener una actitud taimada
CÁDIZ.Actualizado:Un señor de 75 años camina firme por la calle Compañía. Viste de chaqueta en negro impoluto, con una cruz en su solapa. Hace ya tiempo que peina canas y tras de sí deja un aroma a Brumel que casi huele a santidad para los que lo miran a los ojos. Le piden ayuda y el jienense, de mirada compasiva y rostro afable, no duda en abrir la cartera y ofrecerle lo que tiene. O en recibir al angustiado que se acerca en una posterior recepción. «Vete al Obispado y cuando te pregunten di que tienes cita con el obispo», le musita con una voz siempre castigada por la afonía. Esta escena se repite cada mañana, en torno a las 9.30 o 10.30 horas, y el protagonista es él, Antonio Ceballos Atienza (1953, Alcalá la Real, Jaén). Esos paseos desde la residencia de sacerdotes de la calle Arquitecto Acero (donde se levanta cada día en torno a las 6 de la mañana para rezar) al Hospital de Mujeres dejarán de producirse. El que hasta ahora era obispo de Cádiz y Ceuta abandonará definitivamente su cargo para retirarse con las Hermanitas de los Pobres de Jaén.
Allí renunciará a sus bienes para continuar la misma labor que ha marcado su pontificado de 18 años (desde 1993). Atrás quedará una Diócesis emocionada por un hombre bueno, caritativo y comprometido con los más pobres, la juventud y los inmigrantes. Conservador pero democrático, espiritual y despegado de asuntos mundanos. «Unidad en lo necesario, libertad en lo opinable, para todos amor», es, quizás, el mejor sentimiento que define su pontificado en Cádiz y Ceuta. Esa es la frase de San Agustín que el propio Ceballos tomó para su labor apostólica. Las mismas palabras que han guiado sus pasos en una Diócesis compleja, heterogénea, de peso intermedio y de importante pobreza. Escasez de recursos, paro y emigración que complican las circunstancias sociales de una feligresía con la que Ceballos ha estrechado grandes lazos con los años.
Pero antes de ser obispo, Ceballos recibió una basta formación que le llevó a obtener el Doctorado en la Facultad de Teología de Granada. Fue ordenado sacerdote en junio de 1962. En ese momento comenzó su labor pastoral en cargos como profesor y rector del Seminario de Jaén en Granada, párroco de la parroquia de San Bartolomé de Jaén o canónigo de la Catedral de esta ciudad o secretario de la Comisión Episcopal del Clero de la Conferencia Episcopal.
En 1993 fue nombrado obispo de Cádiz y Ceuta después de ser obispo de Ciudad Rodrigo. De allí llegó a Cádiz con la idea clara de ayudar a los más desfavorecidos y apostar por la unidad del clero. Por ello, convocó un Sínodo con toda la curia diocesana que se cerró en el año 2000 y se aplicó en el próximo lustro. A su labor se debe la recuperación y auge del Secretariado de Pastoral Juvenil, la celebración de los Encuentros Diocesanos de Juventud o la creación del Secretariado Diocesano de Hermandades (una institución que ha quedado dormida en un limbo sin renovación).
Quienes lo conocen bien resaltan su abnegada vocación a la oración y su trabajo incansable. En sus 18 años ha sido capaz de celebrar hasta dos visitas pastorales (que suelen tardar en realizarse unos cuatro años ya que supone compartir con cada una de las parroquias). Todo ello «sin caérsele los anillos», sin dudar en acercarse a las capas más desfavorecidas, en acercarse a los enfermos (a los que suele visitar a diario), los parados y los inmigrantes.
Luces y sombras
Para Don Antonio, como es conocido por clero y feligreses, sus mayores crisis coincidieron con situaciones desesperadas de Cádiz. Vivió «con inmensa tristeza y dolor» los despidos de Astilleros o Delphi. Quizás por ello, no dudó en fomentar Cáritas hasta llegar a situar a la entidad lo más cercano posible a la Custodia del Corpus. La misma entidad que hoy es criticada por algunos por la gran cantidad de trabajadores que posee en lugar de voluntarios. Todo con tal de enfrentarse a despidos o situaciones comprometidas. Y es que esa es una de las principales críticas a Ceballos: su actitud taimada con ciertos problemas que exigían una respuesta inmediata (como el endiosamiento de más de un párroco). La gestión del Patrimonio y de la Economía quedan como sus grandes talones de Aquiles. Tantos como para llevar a algunos a afirmar: «Si el Obispado fuera una empresa estaríamos en bancarrota».
Pero su máxima «para todos amor», también ha hecho posible una coexistencia pacífica con instituciones de uno y otro color (excepto con la alcaldesa, con la que la enemistad es recíproca). Cosas de ser un gestor con algunas sombras y un hombre todo luz que sembró durante años para que ahora otros recojan, como él mismo remarcó ayer. Tanta luz de Cristo, a la que él se suele referir, como para irradiar un destello que ahora se convertirá en estela. Una huella honda «pero no estridente». La que se espera de una persona a la que ya algunos vaticinan casi «la santidad». Dios y el tiempo dirán.