Entre todos
Actualizado: GuardarEn los mostradores de las tabernas, que siempre han sido nuestro único sindicato horizontal, se suele decir que a escote nada es caro. No siempre tiene razón los parroquianos. Los ayuntamientos, o sea, los que se juntan para ayuntarse o ayudarse, van a pasarlo muy mal en el supuesto de que puedan pasarlo peor. Si el alcalde de Zalamea viviera estaría entrampado. Al rey la hacienda y la vida se ha de dar, pero si se le da todo a Hacienda no hay forma de vivir.
Hemos tirado las casas consistoriales por la ventana cuando nos creíamos ricos todos y ahora no tenemos un puñetero euro, salvo los que se destinan a distraer o a aturdir a la clientela con ferias y fuegos artificiales, que esas cosas siempre hacen más ruidos que el hambre, que de suyo es silencioso hasta que explota. La deuda de los ayuntamientos es escalofriante pero ese repeluzno no ha sido súbito: lo anunciaban algunos estornudos y sobre todo algunas congestiones económicas. Si se agruparan las deudas de los ayuntamientos españoles se podría hacer con las facturas un mapa mucho más grande y detallado que la Guía Michelin.
La deuda la tendremos que pagar entre todos, es decir, que preocupa más a los empadronados que a los patrones. A España le han salvado muchas veces los alcaldes, desde el Siglo de Oro a las décadas de cobre. No hay puesto más íntimo y cordial que el del alcalde. Ninguno que garantice en mayor medida la memoria. El mejor alcalde, el rey, se dijo en épocas, pero también la frase era reversible. Ahora les están asfixiando a todos y pagan tramposos por pagadores. Nosotros somos diferentes y en algunos pueblos lo que se discute no es la deuda, sino el nombre de las calles. Quieren sustituir el nombre de Pablo Iglesias o de Pablo Neruda por el de «Plaza de la Selección de Fútbol», como en Villamayor de Calatrava. No tenemos remedio. Hay palurdos irreparables que en nada desmerecen a sus regidores.